La encrucijada de Colombia
Por: Santiago Argüello Mejía
Ningún proceso de paz se parece al colombiano y ninguno podría resultar tan importante para la realidad geopolítica que enfrenta el continente. Los brotes guerrilleros, que no tienen nada de espontáneos, tienen la misma edad que la ONU y que la Declaración Universal de Derechos Humanos, puesta a prueba de manera reincidente por 66 años.
Hoy vale rescatar de la memoria trágica de nuestro hermano país, que el inicio de la tan comentada “violencia”, entre los años 1948 y 1953, masacró a tres cientos mil colombianos. Las explicaciones se multiplican ante nuestros ojos, pero aún merece un espacio la tradicional explicación de “democracia restringida”, en el marco más amplio del anticomunismo y el bipartidismo. Lo que también debe inscribirse en una violencia vinculada al control de la tierra: concentración de su propiedad en cincuenta familias, mientras un millón y medio de familias campesinas no disponían de acceso a la propiedad de la tierra.
La confrontación más antigua, tanto como en otras latitudes, es la de terratenientes frente a campesinos pobres. Y ese país que con frecuencia se jacta de cierta institucionalidad democrática no ha dejado de responder con estado de sitio recurrente y balas en manos de la fuerza pública, de los ejércitos privados y los “paracos” de las autodefensas, enfrentando al supuesto enemigo interno de la subversión que ha esgrimido, él también la palabra de las armas, más que el arma de las palabras. Un buen año de “guerra sucia” deja en el camino unos 30.000 cadáveres. Víctimas inocentes provienen de departamentos devastados por el conflicto como Magdalena Medio, Urabá o Putumayo.
Así como son miles los niños, niñas y adolescentes vinculados forzosamente al conflicto social y armado, tanto en la guerrilla como en toda forma de milicia. El lamentable saldo está ahí donde está la primera fila de víctimas de la población civil ajena al conflicto, participando con sus muertos en masacres y orillados a una diáspora permanente, que engrosa las cifras del desplazamiento interno y el refugio internacional.
Los actores se multiplican y la propuesta de hacer la paz se vuelve labrada. No hay una sola guerrilla frente a un Estado, sino varios grupos subversivos, militarismo, paramilitarismo, narcotráfico, escuelas de sicarios… un narco que es capaz de corromper todo lo que toca, que ha vacunado a todos los otros actores. Narco poder se acuña, en capacidad de cooptar con agentes del propio Estado, gobiernos y organizaciones subversivas.
No estamos lejos del conflicto social y armado que vive Colombia, nos afecta en forma cercana y directa. Nada de mayor relieve en este día que se junten las manos por la paz en Colombia, cualquier sacrificio es infinitamente mayor que los resultados de esta guerra interna infinita, que nos deja fumigaciones asesinas en la frontera norte y bombardeo en Angostura, más el coletazo incansable de un Plan Colombia que incide en nuestra vida diaria.
Simplemente nos sumamos a la voluntad de paz, nada debe retrasarla y es necesario que Colombia tome medidas sensatas para evitar el rebrote de la enfermedad, por los desacuerdos naturales que se producen en la mesa de negociaciones. Nada de mayor relieve para el continente que en esta fecha del Día Internacional de los Derechos Humanos hagamos votos y pongamos todo en obra para la paz del hermano país.