Pánico a las urnas
Por Juan Cuvi
Cuando un gobierno populista desarrolla pánico a las urnas hay que preocuparse, porque su respuesta puede oscilar entre la debacle y el despotismo. Sin legitimidad electoral, estos regímenes no logran disimular ni la torpeza ni la improvisación de sus acciones. El atolondramiento deja de ser un hecho anecdótico para convertirse en una calamidad social. El encadenamiento de errores rápidamente provoca situaciones inmanejables y caóticas. En la otra mano aparece la tentación autoritaria como compensación al descenso de la adhesión popular. Imbuidos de un mesianismo delirante, se sienten en la obligación de prolongar un ejercicio del poder incomprendido por un pueblo ignorante, desinformado o malagradecido. De estos ejemplos está plagada la historia latinoamericana.
Desde la derrota del 23F Correa se ha negado en forma sistemática a consultar al pueblo. Sabe que lleva las de perder en cualquier proceso electoral. Es más, en casos como la explotación del Yasuní o la reelección indefinida, está plenamente consciente de que enfrenta una derrota aplastante. Exponerse a esa eventualidad sería catastrófico, no solo para su proyecto político sino para su propia imagen. No obstante, Correa aún puede esgrimir el dudoso y deleznable argumento de su imbatibilidad electoral. Y de paso mitificar la realidad. Las palizas que recibió en las calles el 19 de marzo y el 1 de mayo aún pueden ser revertidas desde la manipulación mediática oficial. Y hasta puede darse el lujo de desafiar a los opositores que han planteado la revocatoria de su mandato.
En contraste, la situación de los asambleístas de Alianza País resulta patética. Su pánico electoral es inocultable; los desborda. Carentes de un capital electoral propio y autónomo, ven a las elecciones como una balsa a la deriva. Se saben desprotegidos y abandonados en medio de un océano de desaprobación ciudadana. Frente a la solicitud de revocatoria de su mandato interpuesta en días pasados, los asambleístas por Pichincha no han respondido desde la democracia sino desde la viveza criolla. Desde la leguleyada. Desde la trampa.
Sofisma es un argumento aparente con que se busca defender una falsedad. Seguramente sin proponérselo, la asambleísta Pabón resumió en un sofisma la postura de sus compañeros de bancada. Se puede sintetizar su intervención en el siguiente esquema: nosotros hemos realizado un buen trabajo; los asambleístas que hacen un buen trabajo merecen el respaldo de sus electores; por lo tanto, el pueblo de Pichincha no tiene por qué revocarnos el mandato. De un solo toque pasó de la política a la beatitud: como nos hemos portado bien, merecemos una recompensa. Como si la experiencia política no nos demostrara, con demasiada frecuencia, precisamente lo contrario: ¡cuántos personajes públicos que han realizado un trabajo indecoroso han sido premiados por el pueblo en las urnas!
La figura de la revocatoria del mandato fue instituida como un mecanismo democrático para que el pueblo evalúe a sus mandatarios. No tiene nada que ver con el papel que cumplen –o creen cumplir– sus representantes, sino con la percepción que tienen sus electores. Los asambleístas pichinchanos de Alianza País pueden estar convencidos de que liquidar a la seguridad social fue la misión que les encomendaron sus votantes, pese a que cientos de miles de quiteños salieron a las calles para refutarles. ¿Dónde radica entonces el principio de la legitimidad democrática? ¿En lo que un grupo de asambleístas supone o en lo que la mayoría de ciudadanos cree y constata en la vida diaria? Porque si los asambleístas de marras están convencidos de la rectitud, consecuencia y probidad de sus decisiones, deberían enfrentar gustosos un proceso de revocatoria que les permita ratificar en las urnas la aceptación popular. O al menos deberían hacer como su líder: aceptar frontalmente el desafío a sabiendas de que le ordenarán al Consejo Nacional Electoral que bloquee una vez más una demanda popular.
Mientras tanto, el malestar de la gente frente a tanto atropello sigue creciendo. ¿Cuánto piensa el correísmo estirar la liga de la desintitucionalización nacional para postergar el descalabro y aferrarse a toda costa al poder? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar? Porque al paso que vamos, las únicas salidas que le van quedando son el despotismo puro y duro.