Principios generales de convivencia
Por: Santiago Argüello Mejía
La ONU se asienta en un trípode: paz, seguridad y derechos humanos. Después de la oprobiosa realidad vivida en la Segunda Guerra y de una experiencia prolongada de irrespeto a la dignidad de las personas y de los pueblos, el trípode es lo menos a lo que podía aspirar la conciencia universal. Sin embargo, no ha sido tarea fácil y en este mismo día debemos lamentar el hambre, la desnutrición, la guerra, la superioridad manifiesta del capital sobre los seres humanos, los desequilibrios alarmantes entre riqueza oprobiosa y pobreza extrema.
A la salida del conflicto mundial se hizo igualmente necesario considerar un último cedazo del respeto de los derechos humanos, como es la institución del REFUGIO, bien representada con unas protectoras manos sobre la cabeza de una víctima. Cuando formulamos el derecho al nombre y a la nacionalidad como fundamentales la Comunidad Internacional reflexionó sobre la necesidad de que todo derecho nazca de la individualidad y de la protección que cada ser humano requiere de un Estado. El refugio lo que haría es suplir esa pérdida de protección cuando el individuo se ve en el caso de abandonar su casa, su ciudad, su país, en busca de otro espacio en que su vida, integridad y seguridad puedan ser mejor resguardados, en particular por sufrir persecución injustificada en su lugar de origen.
Hoy que con frecuencia se cita el estatuto de refugiado para tantas personas perseguidas ilegítimamente o que son víctimas de la discriminación y del fuego cruzado, justo es demandarnos sobre la eficacia de estas figuras de reconocimiento universal, sobre lo que cada Estado hace con su soberanía frente al ejercicio de una institución humanitaria altamente necesaria para proteger a una buena parte del globo. Cuando empezamos a escarbar en estos temas hace buenas tres décadas el refugio cobijaba en conjunto a unos diez millones de personas, hoy ese cálculo puede haberse multiplicado por diez sin que podamos precisar unas cifra.
Por todo lo demás en la estructura global se celebra el 15 de septiembre -habría que decir que se conmemora- el principio fundamental de los Estados de Derecho que es la vida en democracia. Nuestro balance, enfrentados a tantos azotes no puede ser sino precario. Precaria en verdad la democracia, la participación de los ciudadanos y ciudadanas en las decisiones casa adentro, en sus propios países, donde la única posibilidad de ser escuchados y suplir sus necesidades se ve comprometida por gobiernos autoritarios, extremismos religiosos que aceptan las desigualdades como una forma de vida, esclavitud modulada en su peor forma (en que a los esclavos se les tilda de ciudadanos), en fin democracias de papel que se construyen a sangre y fuego, con sicarios que se convierten en gobernantes, pueblos sometidos al silencio y a nuevas formas de barbarie.
La paz en ese contexto es un recurso escaso. Para no ir más lejos la paz anhelada por los demócratas del continente, en nuestra vecina Colombia, se ve cada día más comprometida. Se expulsa con violencia a hermanos colombianos que vivían a la vera de la frontera venezolana, bajo débiles y caprichosos argumentos que permitirían aplicar medidas generales a supuestos específicos enemigos del señor Maduro. Los defensores de la dignidad humana no podemos menos que alertar de tales abusos y buscar respuestas basadas en la paz, la seguridad y el respeto de los derechos humanos.