OPINIÓN

La colonización a la vuelta de la esquina

Por: Paulina Ponce C, Colectivo PRODH

A propósito del 12 de octubre, fecha en que España celebra la “hispanidad” y América en algunas partes conmemora un “descubrimiento” y en otras denuncia la colonización, unas breves reflexiones sobre la importancia de descolonizarnos en varios aspectos de la vida.

El cuerpo. En 1592 la llegada de la conquista marcó episodios de esclavitud y genocidio a las poblaciones indígenas y afro descendientes, la colonización implicó una profunda negación del otro en lo más concreto y material, el cuerpo. Ahora nuestro cuerpo sigue colonizado, de otras formas, por ejemplo la alimentación, desde el mercado se define y prioriza aquello que es importante consumir. Es así que quedan en el olvido alimentos de nuestra vasta agrobiodiversidad y que asegurarían no solo una adecuada nutrición sino importantes ingresos a campesinos e indígenas y un verdadero cambio de matriz productiva. Comemos mal, comemos caro y somos susceptibles de enfermarnos con más facilidad.

Pero hay otras formas del cuerpo colonizado aún más graves. Así, lo que pasa con el cuerpo de las mujeres, también el mercado dicta qué tipo de ropa, qué talla, qué color es el adecuado para usar. Pero todavía peor, las leyes, y cierta moral religiosa, también están colonizando nuestros úteros, por ejemplo. El derecho a decidir sobre la interrupción de un embarazo está negado por el Código Penal Integral de nuestro país, incluso en casos de violación.

El lenguaje. En un proceso de colonización reemplazar los símbolos, simbologías y el lenguaje es clave para lograr el poder. Por estos días las conversaciones cotidianas están infectadas de una suerte de muletilla sobre la situación política del país. Los aparatos de propaganda del gobierno y espacios de control de la comunicación han puesto en práctica mecanismos de amplio alcance que actúan sobre lo que es conveniente decir o no decir. Por eso es importante leer lo que pasa desde otros discursos y sensibilidades, algo como desobedecer el lenguaje oficial.

Ni el cuerpo, ni el lenguaje deberían ser espacios de colonización, ni del estado, ni del gobierno, ni de un proyecto político, incluso si se llama paradójicamente emancipador, ni de la derecha, ni de la izquierda. El poder debería ser una fuerza creadora y recreadora interna, personal en un primer momento y luego conectarse en lo colectivo para decir, decidir y hacer un destino con manos propias.

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