OPINIÓN

El feminicidio, la más abominable vergüenza social

Por: Natalia Sierra

Con el execrable asesinato de las dos turistas argentinas en el balneario de Montañita, hecho que se suma a una lista de asesinatos de mujeres ecuatorianas, que han quedado en la impunidad, es hora que acabemos con la hipocresía que como sociedad mantenemos sobre esta violencia y exijamos a las instancias estatales responsabilizarse y poner fin a la misma.

Es urgente entender que la violencia contra las mujeres no es un hecho aislado y contingente, sino histórico y estructural que se explica por el modelo patriarcal y machista que organiza la relaciones de género, donde lo masculino se impone con violencia a lo femenino.
Además de ciertamente sancionar a los responsables directos de los asesinatos y violaciones de mujeres, es urgente destruir las relaciones sociales de dominación masculina que engendran a los asesinos y violadores. Esta, de hecho, es una tarea responsabilidad de toda la sociedad en todos y cada uno de sus estamentos. Es urgente transformar las instituciones de la sociedad civil y del Estado, formadas en relaciones de dominación patriarcal que naturalizan y legitiman la violencia contra las mujeres.

En función de este propósito, primero hay que destapar sin miedo la abominable condición social que hace culpable a las mujeres por el hecho de ser mujeres y, a partir de allí, nos condena a pagar una culpa, muy beneficiosa a la dominación patriarcal, con sometimiento a su violencia masculina. Cuando la sociedad se descubra en su machismo abyecta dominación fálica, podrá sentir vergüenza de la violencia machista de las instituciones estatales que permiten la impunidad de los asesinos y violadores de mujeres; que consienten y promueven las inequidades de género laborales, educativas, culturales, políticas, económicas, ideológicas y jurídicas. Sentir vergüenza de las injusticias cotidianas que nos obligan a vivir sitiadas, escondidas en un mundo que no solo que no nos pertenece, sino que es hostil para nosotras –no poder caminar libremente por las calles en el tiempo y en los espacios que si lo hacen los hombres, no poder vestirnos con libertad como si lo hacen los hombres, no poder pensar, no poder hablar, no poder opinar, no poder viajar, no poder…no poder. Sentir vergüenza de pensar que la víctima de la violencia machista es responsable de haber sido ultrajada por vestirse de determinada manera, por divertirse, por reírse, por confiar, simplemente por ser. Responsable de ser asesinada por no permitir que la violen, la usen, la sometan; responsable por ser digna y pelear por su dignidad.

La sociedad tiene que sentir vergüenza de la violencia machista de sus gobernantes y caudillos, que no solo que humillan públicamente a las mujeres, sino que hacen cínico alarde de su despreciable acto. Sentir vergüenza de sus gobernantes que no son capaces de defender la integridad de las mujeres del país que gobiernan, frente a la violencia machista de caudillos extranjeros conocidos por sus crímenes contra las mujeres. Sentir vergüenza de gobiernos que obligan a sus integrantes mujeres a asumir públicamente su sumisión a la violencia machista del presidente. Sentir vergüenza de una sociedad cuya perversa economía nos ha convertido en mercancía publicitaria de las grandes corporaciones capitalistas y mercancía de las organizaciones criminales de tráfico de mujeres para la prostitución.

Cuando la sociedad patriarcal sea capaz de sentir vergüenza de su violencia machista y sobre todo cuando los hombres sientan vergüenza de su poder y de los privilegios que éste conlleva para ellos y de las atrocidades que por él padecemos las mujeres, abandonarán sus prerrogativas y se pondrán junto a nosotras para transformar esta vergonzosa y cobarde sociedad.

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