Geopolíticas
Por: Santiago Argüello Mejía
La alusión moral a aquellos que buscan el poder y, por lo tanto, a aquellos que otorgamos el poder a otros, es por sí sola significativa. Cuando una mujer negra nos llama la atención sobre el particular, la señora Obama, desde su posición y su conciencia, resulta aún más significativo, en términos de que la discusión no se reduce al tradicional discurso interesado de quienes lo pronuncian en la plataforma electoral. Es un tema de poder, de a quién le entregamos ese poder para que nos gobierne.
El accionar de un estadista, de alguien que detenta poder, no es en sí mismo un tema individualista sino un asunto de sustento ético y moral frente a los ciudadanos y, de manera especial, frente a los pequeños ciudadanos que forman sus principios en el ejemplo que nos ofrecen los gobernantes. La figura del gran insultador, del confrontativo, del que gobierna sin Dios ni Ley es la peor de las figuras para el aprendizaje continuo de su pueblo. ¿Tiene algo que ver ese comportamiento con la Geopolítica, con la conciencia que debe activarse para la configuración en un espacio determinado de transformación de las relaciones de poder?
Los abuelitos nos repetirían la máxima de “siembra vientos y cosecharás tempestades” cuán importante es esto a la hora de seleccionar a quienes deberían tener la habilidad ética de dirigirnos, con sensatez, ánimo conciliador y sabiduría salomónica. Ha sido mal interpretado en el caso de nuestro país que María Paula Romo pronuncie esta admonición, cuando dijo que al margen de las ideologías debemos pronunciarnos a favor de un mandatario ético, de alguien en quien se compaginen los discursos y las acciones, en estricta coherencia. Era eso y nada más, era el hecho de reivindicar grandes principios atados al ejercicio del poder: una geopolítica de la honestidad en definitiva.
Hacer política, preocuparse de lo público, o buscar grandes cauces, respuestas prácticas de lo posible en cuanto a metas humanas, es un trabajo complejo y útil para todos. Un trabajo que requiere la meticulosidad del buen orfebre, que trabaja de manera puntillosa hasta lograr alguna forma de perfección en la pieza que modela. Cuanto más en esta triste encrucijada guerrerista, en que la sangre desborda no solo por los lamentables atentados terroristas en Europa, sino también por el desangre en nuestra querida África, en el Oriente Medio, en Siria, entre el pueblo palestino o el curdo. ¿Responderemos aún de manera dilatoria al requerimiento de tantos espacios de miseria y olvido?
El análisis diario podría estar sesgado por absolutos ideológicos que nos conducen a un laberinto sin salida. Podrán gobernarnos los fundamentalismos, los racismos, las arbitrariedades que han tomado fuerza de ley, los antivalores y la prepotencia, pero el día de hoy esa selección no solo aturde sino que proyecta a la humanidad hacia una conflagración global que es capaz de diezmar una parte importante de la humanidad.
Volviendo al principio podríamos plantearnos la geopolítica, o las geopolíticas al margen de los valores, de la dignidad de las personas y de los pueblos, pero es justo eso lo que nos está encegueciendo y proyectando a un futuro luctuoso. El diálogo de sordos del nuevo proceso electoral en USA preocupa. En él se refleja a diario el tema de los valores que hemos enarbolado y que serán decisivos en un breve futuro. Lo que inclinará la balanza será sin duda los valores que la sociedad estadounidense ha fomentado dentro de su psicología de motivación para el éxito: el riesgo inminente de que la figura de Trump seduzca a la mayoría porque se besa con vedettes jóvenes e inaugura en medio de la campaña un hotelito con cancha de golf en Reino Unido. A ese debate “ético” se reducen las geopolíticas que decidirán el futuro del mundo.