EDITORIAL

Institucionalización Democrática

Por: Santiago Argüello Mejía

Siempre es tiempo de un buen balance. La actitud de “párate y piensa” de gobernantes y gobernados es una buena medida de sanidad espiritual y sabiduría democrática. Todo lo contrario de la frase acuñada por un mandatario de ingrata recordación que al no tener respuesta decía “porque me da la regalada gana”.

De su lado un balance infiere demandarse sobre cada cosa que consta en los compromisos tácitos o expresos. La carta magna de Montecristi constituye un catálogo de los compromisos expresos del actual gobierno. En ella podemos encontrar por ejemplo un quinto poder basado en la participación social organizada en que el ciudadano es el mandante y primer fiscalizador del poder público, en ejercicio de su derecho a la participación (204 Constitucional).

Sin mucho esfuerzo podemos encontrar otras tantas perlas como los derechos de la naturaleza; la interculturalidad como fundamento de la existencia del Estado; el principio de realización de la justicia en condiciones de independencia; la ciudadanía universal; los grupos de atención prioritaria… Y frente a propuestas tan bienvenidas la actitud de un gobierno que en su libreto original incluía auditoría de la deuda, de las frecuencias, del agua y de las tierras como la primera piedra para inaugurar la re institucionalización democrática del país.

Algunos aspectos, entre otros, que merecieron el apoyo ciudadano, el aplauso e inclusive un voto favorable reiterado. El cheque de la confianza ciudadana merece en este nuevo día un recorderis, para ingresar en términos de seriedad al balance de los cumplimientos y de las deudas que deja el actual gobierno. Marginamos a propósito en este día los fanatismos imperdonables y los dogmatismos que no tienen espacio en una propuesta crítica del poder y sus beneficios. Marginamos por tanto la fábrica de “memes” que se reproducen a diario sin reflexión alguna en las redes sociales y la sospechosa actitud radical de quienes ya nos traicionaron en el pasado.

Desde el espacio de los derechos humanos, desde el reducido cubículo que va quedando para las voces de las personas y de los pueblos, pugnamos por un balance desinteresado y sin retórica, que no cuenta votos sino conciencias; que hace acopio de solidaridades y compromisos a favor de los que no tienen voz. La nueva oportunidad de asistir a las urnas nos debe hallar confesados y dispuestos a un ejercicio de dignidad que enfrente una vez más la consigna de institucionalización democrática, participativa y de progreso, que nos merecemos.

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