EDITORIAL

El desafío de la paz

Por: El desafío de la paz

Una de las oportunidades que tuve en Colombia fue por la invitación a una consultoría sobre infancia-adolescencia. La idea era establecer los indicadores o parámetros de la justicia para este grupo etario, bajo el supuesto de un cierto proceso de paz. Se habían hecho como antecedente esfuerzos relacionados con las autodefensas civiles y los paramilitares, accediendo a la impunidad de uno de los grupos artífices de la guerra, pero les costaba mucho entender que era indispensable hacer lo propio con una justicia transicional que cierre las heridas de tantos años de guerra fratricida. Los niños, niñas y adolescentes que estaban en la mira eran justamente aquellos que al final del camino, cuando ya habían cumplido la mayoría de edad, serían responsables de delitos de lesa humanidad, inclusive matanzas en que habrían intervenido. Lo que no se hacía es el ejercicio de mirar que esos mismos infantes, entre ocho y dieciséis años habrían sido reclutados de manera forzosa y que, antes de ese día, ellos mismos habrían sido víctimas por ver asesinar a sus padres y violar a sus hermanas. La fotografía parece cruda pero es así por cientos y miles de documentos que lo certifican. El día gris del referéndum que dijo “No” a los acuerdos de paz, porque supuestamente se quiere dejar en la impunidad uno de los actores de la guerra, las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia, es un día perdido para la reconciliación y los desafíos de la paz. No se dice nada de los otros grupos que tienen que responder, entre ellos las organizaciones paramilitares patrocinadas por el Estado, los propios organismos de seguridad que con frecuencia se han excedido también en el uso de la fuerza, el señor Uribe a la cabeza de los “paracos”. En lo que antes fue la Intendencia de Putumayo, en las goteras del territorio ecuatoriano, se ha denunciado inclusive escuelas de sicarios, cocinas de la droga y paramilitarismo. En ese y en otros espacios la droga ha vacunado a todos, absolutamente a todos. Y si en un buen año de guerra sucia la Intercongregacional de Justicia y Paz, de la Iglesia Católica, contabilizaba 30000 muertos y los clasificaba por ocupaciones ¿quién estará libre de toda culpa? La guerra ha terminado y ninguno puede declarar la victoria. Uribe no puede enarbolar la bandera de Colombia y sus fuerzas militares, policiales y paramilitares. El conflicto social y armado no puede cubrirse de blasones, solo de luto. Si la propuesta es re negociar los acuerdos que se empiece por no dar ni un paso atrás en la pacificación y que se sepa que el armisticio no puede dejar de lado sacrificios de parte y parte. No hay acuerdo posible que no cuente con tales cuotas de sacrificio. Ecuador, como país hermano y solidario debe preparar sus propias estrategias. Recibimos el coletazo del Plan Colombia con las fumigaciones que afectaron gravemente a nuestra zona de frontera. Sufrimos como inocentes la herida de Angostura. Hoy más que nunca requerimos reforzar una política pública de atención preferente de los cantones en la franja fronteriza; decidir sobre cuestiones de seguridad interna y externa, para paliar las amenazas que pueden sobrevenir del norte, inclusive en condiciones de un proceso de paz. Requerimos redoblar esfuerzos para una política exterior sensata con Colombia. Dígase lo que se diga la paz en Colombia sigue siendo de nuestro interés y nos conviene mantenernos atentos y comprometidos con el proceso.

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