EDITORIAL

2016 más penumbra que luces para los derechos

A puertas de terminar el 2016 es momento de mirar atrás y realizar un breve balance de lo que este año ha significado para los derechos humanos. Lamentablemente como en años pasados el panorama fue más de penumbra que de luces.

En lo internacional entre las muchas sombras podemos mencionar el “no” a la paz en Colombia, la agudización del conflicto armado en Siria y la grave crisis humanitaria que conlleva, el fortalecimiento de posturas contra derechos humanos por movimientos de ultraderecha y en ocasiones neonazis en varios países, en especial europeos, la salida del Reino Unido de la Unión Europea y la futura presidencia “marcada por el odio” de Donald Trump en los Estados Unidos.

En lo nacional las sombras se encuentran en todos lados, la explotación desmesurada de recursos naturales en todo el territorio, en especial en la Amazonía, el ataque contra los pueblos originarios y pueblos no contactados, la masiva criminalización de la protesta social, siendo apenas la punta del iceberg el eminente cierre de la ONG Acción Ecológica, un plan familia conservador y fundamentalista que cierra los ojos a la realidad. Se palpa el clima de hostilidad contra el ejercicio de muchos derechos y libertades.

La penumbra también viene de promesas incumplidas. Avances en derechos que nunca ocurrieron, igualdades que aún no podemos palpar, justicia tardía y en ocasiones prepotente, cárceles sobrepobladas, ataques a la educación superior, limitaciones sin sentido a la libertad de expresión, retrocesos en el ejercicio de derechos sexuales y reproductivos, y para rematar el cuadro de deshonra, los escándalos de corrupción en los casos Panamá papers, Petroecuador y Odebretch.

Por eso, en estos días que terminan debemos plantearnos además de los usuales propósitos personales de año nuevo, metas colectivas: preocuparnos por el destino de nuestros vecinos, los que están cerca y los que no tanto, reflexionar sobre la mejor forma de votar en febrero de 2017, no callar ante la injusticia, reconstruir el tejido social, ese mismo con el que ejercíamos nuestro derecho a la resistencia en las calles, y sobre todo, trabajar unidos para dejarle un planeta vivo a los niños y niñas que hoy no pueden opinar, pero que mañana, y con justa razón, serán nuestros más severos jueces.

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