Sea que usted simpatice u odie a la denominada “Revolución Bolivariana”, al fallecido Hugo Chávez o al actual Presidente de Venezuela Nicolás Maduro, sea que usted considere que lo que ocurre en Venezuela es culpa del imperio capitalista norteamericano, o una consecuencia de la inoperancia y corruptela del autodenominado régimen revolucionario, sea que usted se encuentre en un lado o en el otro, lo que no puede negar es que Venezuela se encuentra desde hace varios años en una profunda crisis económica, social y humanitaria.
El Ecuador recibe una gran cantidad de hermanos y hermanas venezolanas desde hace varios años y con mayor intensidad desde hace varios meses. Si nos fijamos bien, casi la totalidad de las personas venezolanas que realizan el periplo de abandonar su país y cruzar las fronteras del nuestro no lo hacen por placer, turismo o por voluntad propia, sino que se ven forzados a migrar por la falta de bienes y servicios básicos, un creciente desempleo, restricciones a las libertades básicas y persecución política.
En este escenario, venezolanos y venezolanas de diferente sexo, edad, condición económica y social, con y sin educación universitaria o experiencia laboral, de las más diversas posturas políticas, tienen algo en común: llegar a un país extraño y ganarse la vida como bien puedan, no les queda de otra. En la generalidad de casos tuvieron que abandonar sus propiedades y bienes, y en muchos casos también separarse de sus seres queridos.
Actualmente, en Rumichaca todos los días realizan trámites de ingreso a Ecuador entre 300 y 400 venezolanas y venezolanos, es decir al mes aproximadamente entre 9000 y 12000 personas entran al país desde ese origen. En varias ciudades, en especial en Quito y Guayaquil, es notoria la enorme cantidad de nuevos residentes que buscan hogar y empleo. Lastimosamente la situación de nuestras hermanas y hermanos no es óptima, tienen que alojarse en el lugar y las condiciones que puedan, y buscar trabajo en lo que sea sin importar si eran profesionales en su país, la situación para subsistir a diario es desesperada.
A la grave situación relatada se suma en muchos casos nuestra indiferencia.No entendemos su grave realidad y por tanto no nos solidarizamos con ellos, ni los ayudamos a satisfacer sus necesidades básicas, y mucho peor, en algunos casos nos aprovechamos de ellos. Hay miles de relatos de venezolanas y venezolanos sobre acoso y maltrato policial, discriminación social en todas sus formas, en la calle y barrios, al intentar arrendar un cuarto o al intentar obtener empleo, acoso sexual contra las venezolanas y otras formas de discriminación y de atropello a sus derechos.
Hagamos honor al espíritu que anima la hermandad latinoamericana, respetemos el derecho de todo ser humano a vivir con dignidad y libre de discriminación, sin importar su color de piel ni su procedencia. Recordemos aquellos años del feriado bancario en que tuvimos que migrar en masa por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, y ¡cómo nos indignábamos cuando nos enterábamos del maltrato y discriminación que muchas veces sufrían nuestros compatriotas en el exterior! Demostremos ser no solo buenos anfitriones, sino mejores seres humanos.