El editorial de hoy está dedicado a reflexionar sobre la responsabilidad social que tienen los y las publicistas, pues al parecer se han olvidado que pese a no tener en sus manos la vida de un paciente, o la libertad de una persona que podría ir a prisión, o incluso ser responsables de que un puente vehicular no se caiga, lo que hacen sí influye, y profundamente, en nuestro día a día.
Esto es visible por ejemplo en la construcción de imaginarios sobre cuál es la mejor forma de vida, la figura física deseable, un servicio que vamos a contratar, un bien que necesitamos comprar, y en algo tan simple como la bebida que “querríamos” beber. La publicidad nos hace compararnos con un modelo ideal que deberíamos alcanzar, y al tratarse de una industria multimillonaria, parece que no hay medio que no valga.
Así, hace un par de días circuló una publicación viral en contra de las madres cabeza de hogar, y el problema estuvo en su mensaje sexista, lleno de odio contra las mujeres, desfasado de la realidad y que luego fue enmascarado con el título de “publicidad vanguardista”, pues suponía que la sociedad se involucrara en la defensa de las madres solteras y rechazara el mensaje de odio, como por fortuna lo hizo.
Pero debemos cuestionarnos si en la publicidad vale todo, incluso una acción que bien podría ser llevada a la justicia penal por difundir un mensaje de odio y motivar a otra persona a causar daño psicológico o físico a una persona o grupo de personas en concreto. Hasta el momento el hecho no pasó a mayores, pero el daño hecho está, pues con seguridad miles de niños, niñas y de personas jóvenes habrán recibido un mensaje erróneo sobre las mujeres cabeza de hogar y sobre cómo relacionarse con ellas, y ni hablar de otros tantos temas como los problemas de obesidad causados por ejemplo por el consumo excesivo de bebidas azucaradas, pero eso, es tema de otro editorial.