Ileana Almeida, Línea de Fuego
Las escuelas comunitarias de la Educación Intercultural Bilingüe (DINEIB), se han mantenido a pesar del desinterés del Estado ecuatoriano. Aún funcionan algunas. Forman parte de un mundo propio, donde resuena el mismo acento con el que habla al niño su mamá todos los días.
En el gobierno del expresidente Rafael Correa fueron afectadas por la creación de las escuelas del Milenio, que “no son emblema y corazón” del modelo educativo proyectado por el movimiento indígena; el Ministerio de Educación las tomó a su cargo e impuso un solo tipo de educación.
Tras largos años de investigar en las escuelas comunitarias andinas y amazónicas, la antropóloga española Marta Rodríguez Cruz muestra en su libro Educación Intercultural Bilingüe en Ecuador una realidad penosa. Es sabido que los niños deben aprender los primeros años de escuela en lengua materna si se quiere que respondan bien a la enseñanza. La Constitución señala que la lengua principal de instrucción y alfabetización debe ser la de la nacionalidad correspondiente, pero el gobierno anterior hizo caso omiso de ese precepto.
Varios profesores contestaron así cuando Marta les preguntó si hablaban lenguas maternas: “Tengo el nombramiento ministerial, en el tiempo que he estado aquí he aprendido algunas palabras quichuas sueltas, yo les pido a los niños que ellos me enseñen”. La maestra de una escuelita shuar responde que desconoce esa lengua y que imparte los conocimientos por señas.
Todo esto en un contexto que las autoridades ignoran o son incapaces de modificar: pobreza, migración de los padres, trabajo infantil, desnutrición. Un docente refiere que “los niños trabajan por la noche empacando verduras y frutas, se quedan dormidos en el aula, a veces vienen con hambre”.
Otros testimonios: “Con Correa se privilegiaron las escuelas del Milenio a costa de las escuelitas indígenas; quitan el almuerzo, quitan los profesores para dar al Milenio, cierran la escuelita para dar otra muy alejada”. “Las aulas están en estado calamitoso: no hay vidrios en las ventanas, a los profesores y a los papás nos tocó comprar unos pocos vidrios, lo que alcanzamos; las demás ventanas se taparon con los cartones que quedaron del desayuno escolar”.
Muy triste, pero no lo peor. Lo peor es que a través de los libros de texto se induce a que los niños indígenas olviden quiénes son, cuáles son sus orígenes y sus símbolos identitarios; más aún, se enfrenta su realidad con las imágenes de la cultura dominante -urbana, mestiza, occidentalizada- como para que rechacen su pertenencia.
Todo se resume en el momento cívico: “cantar el himno nacional a nuestra bandera; debemos ser buenos ecuatorianos, buenos ciudadanos, dar gracias a nuestra nación, sentirnos orgullosos de nuestra nación”. Un tanto irónico para un Estado plurinacional, según reza la Constitución. Solía hablarse de escuelitas pobres; ahora cabe calificarles de “pobres escuelitas”.