Ecuador acaba de pasar 11 de los días más complicados de su historia nacional, días en que se puso de manifiesto que aún falta mucho camino por recorrer para alcanzar la justicia social, pero también que nos falta trabajar para eliminar el racismo y el clasismo y entender a los demás.
Tanto los movimientos sociales como el gobierno se sentaron a negociar y llegaron a un primer acuerdo (algo que pudo ocurrir desde un comienzo y que nos hubiese ahorrado vidas, sufrimiento y dinero): levantar el paro y derogar el decreto, ahora nos falta esperar las nuevas medidas de ajuste, que cuando menos ahora sí serán consensuadas con los grupos económicamente más vulnerables.
Pero mientras tenemos noticias del nuevo texto legal, decreto del cual debemos estar muy pendientes, no podemos quedarnos cruzados de brazos, es necesario empezar a reconstruirnos, tanto a nivel individual como colectivo, pues si algo demostró la crisis es que el tejido social de nuestro país se ha resentido durante la última década y que el racismo y el clasismo siguen ahí, acechando en las sombras para asomar completamente en momentos de crisis.
Es hora de hacernos conscientes de nuestros prejuicios, de empezar a empatizar con otras realidades, de juzgar menos y escuchar más. Podemos empezar por acciones tan simples como desterrar de nuestro lenguaje palabras como: “indio” “runa” “longo” y derivados para insultar, dejar de referirnos a nuestras hermanas y hermanos indígenas como “ese sector” “esa gente” o “el sector indígena”, pues creamos barreras imaginarias, nocivas,que separan y dividen, y, además formamos mal, muy mal, a las nuevas generaciones. También tenemos que dejar de folclorizarles y de tratarles de forma condescendiente y paternalista, pues son personas tan o más capaces que la población mestiza y sin duda una población que siempre es un actor político.
También es importante dejar de romantizar y exaltar la pobreza y ser mucho más sensibles, no faltaba el desatinado o desatinada que en medio de las brutales protestas obligó a sus trabajadores a cruzar una ciudad en guerra, sin importarles su destino y bienestar, sin importarle cómo y cuándo llegaban, bajo esa mentalidad en la que solo importa el trabajo y no el trabajador y ese eslogan pegajoso de llamarles vagos o zánganos a quienes comparten una realidad distinta y mucho más compleja.
Pero además es necesario y sano hacernos un autoexamen sobre quiénes fuimos durante la crisis, cómo nos informamos y rompimos el cerco mediático o si por el contrario ¿desinformamos a otras personas? ¿Nos limitamos a repetir como loritos o recibimos los datos de forma crítica? ¿Pudimos empatizar o nos limitamos a satanizar desde el privilegio?
Por último, estos días deben permitirnos vivir el duelo, pues el siguiente paso es el clamar justicia, en especial por las personas que perdieron la vida, también por los miles de heridos, y claro está también por los centenares que siguen detenidos de forma ilegal y arbitraria, es necesario dar con los verdaderos responsables de los actos criminales. Recordemos siempre que las paredes y adoquines se reponen, pero los muertos no reviven.