El petróleo del Yasuní “cuesta” menos de un dólar, y no es la culpa del COVID-19

Por: Acción Ecológica Opina- Serie Coronavirus #19

El Yasuní es símbolo del valor de la vida por sobre el petróleo. Pero el alto precio del petróleo fue la justificación para sacrificar la zona más biodiversa del Ecuador y del mundo. Ahora que el petróleo no vale nada, ya no hay justificación para extraer petróleo de allí.

El petróleo es una materia prima cuya tecnología, mercado y circulación, no controlamos. Nos movemos al vaivén de las decisiones de otros, que controlan la tecnología, dominan el mercado, manejan el almacenamiento y toda la red de circulación del negocio. La caída de los precios de petróleo demuestra cuán atrapados estamos y la urgencia de una transición.

Desde hace más de 30 años los sectores ecologistas planteamos la necesidad de caminar hacia un Ecuador post petrolero. Insistimos en el desarrollo de fuentes de energía limpias, diversas, descentralizadas y de bajo impacto. Además, hemos señalado la dependencia petrolera, que trae consigo la contaminación, local y global, la violación de los derechos de los pueblos indígenas y campesinos, y la violación de los derechos de la naturaleza.
En el 2013, durante el gobierno de Rafael Correa, la Asamblea Nacional declaró de interés nacionalla explotación del Yasuní- ITT. Los Asambleístas justificaron su acto diciendo que se obtendría cerca de 18.292 millones de dólares, a un precio de barril promedio de USD 70[1]. Además, manifestaron que se utilizaría tecnología de punta y se impediría el exterminio de los pueblos indígenas aislados.

Ninguna de las justificaciones resultaron ciertas.

Con el discurso de que todos esos millones nos iban a “sacar de la pobreza”, quisieron vendernos la idea de que “valía la pena sacrificar el Yasuní”. Sin embargo, para ese entonces, los análisis -y la historia- ya nos decían que el “buen” precio del petróleo no iba a ser eterno. De hecho, ya se sabía que comenzaría a bajar por causas como el inicio de extracción de gas y petróleo a través de fracking en los Estados Unidos, la pérdida de control sobre el mercado petrolero por parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP)[2]y las guerras y disputas geopolíticas planetarias.

Como vemos, ni siquiera por el lado económico la explotación del Yasuní “valía la pena”. Esta situación, más el alto costo de producción por ser el crudo del ITT muy pesado, ya nos decía que en algún momento íbamos a salir a pérdida y que íbamos a pagar más por el costo de extracción que por lo que se iba a ganar por vender.
Las ansias de acumulación de un sector de poder, junto a la corrupción, primaron sobre la vida. Se sostuvo la idea de que había que continuar con el modelo de sacrificar territorios, sin importar que en este caso es un Parque Nacional, territorio de pueblos de reciente contacto y otros en situación de aislamiento, que es además es Reserva de la Biosfera reconocido por la UNESCO.

Por más 40 años de contaminación al norte de la Amazonía ecuatoriana conocemos de primera mano el verdadero costo de la extracción petrolera, con el caso de la Chevron Texaco y Petroamazonas. El lucro y la estructura de la dependencia petrolera ocultan las alternativas propuestas para comenzar a transitar a un país post petrolero.

El COVID-19 desató una profunda crisis, no solo sanitaria, sino también de sentidos y de prioridades. Hoy está en cuestionamiento el sistema neoliberal que desde hace décadas debilitó al Estado, y que ha preferido dar importancia a la agroindustria, a los TLC, a la privatización de derechos como el acceso al agua o la salud, y que viene despojando de sus territorios a los pueblos, explotando a los trabajadores, a las mujeres y a la naturaleza.

La civilización petrolera está en su crisis más profunda. Ha quedado al desnudo que, detrás de las crisis climáticas la destrucción de las selvas, la globalización de los mercados, e incluso la evolución de las pandemias, está el petróleo y todos sus males como son el turismo depredador, la urbanización salvaje, la fabricación y transporte de manufacturas a escala planetaria, el hacinamiento de millones de animales de granja, la agricultura industrial con sus fertilizantes químicos y plaguicidas tóxicos y otros. El capitalismo acaba con las selvas y los territorios indígenas, y como un bumerang, devuelve una pandemia.

Ni cuando el barril del petróleo estaba por sobre los USD 100, la explotación del lugar más diverso del mundo, era rentable, porque con la vida no se negocia. Hoy, el Yasuní, se encuentra en medio de una fatal amenaza, no solo porque se está utilizando una tecnología de mala calidad para sacar el petróleo, con carreteras, mecheros y mucho ruido, sino porque ya hay trabajadores petroleros contagiados del COVID-19 y los pueblos amazónicos están al borde de un nuevo exterminio, como el que sufrieron con los primeros contactos, en donde la gripe fue la causa por la que murieran muchos indígenas.

Autoridades nacionales y locales, asambleístas, lideresas y líderes políticos, no pueden guardar silencio ante la barbarie, les corresponde actuar ahora. Las y los ecuatorianos no debemos seguir invirtiendo ni un centavo más para destruir naturaleza y los pueblos, o lo que es lo mismo, abrir nuevos pozos para continuar con la corrupción y el engaño.

La historia es cíclica y mientras sigamos dependiendo del extractivismo petrolero y minero, y no empecemos a transitar a otro tipo de economías, el relato de hambre, destrucción y contaminación, se repetirá una y otra vez.

¡El YASUNÍ DEBE ESTAR LIBRE DE PETRÓLEO!

ACCIÓN ECOLÓGICA