Frente al reciente suceso de corrupción por la emisión presuntamente fraudulenta de carnets de discapacidad, que se suma a la larga lista de escándalos de desfalco al Estado, la persona común y silvestre ya no sabe si llorar o indignarse. ¿Cómo es posible que en los momentos más crudos de la cuarentena por Covid-19 se hubiesen expedido alrededor de 3000 carnets de discapacidad y que los beneficiarios sean personas que no los necesitaban?
Pero lo más triste no es que hubiese personajes políticos y públicos beneficiados, a la larga, ya se sabe que de esos personajes nada se puede esperar en términos de honestidad y recato. Lo más triste es que fuesen jueces, servidores de hospitales y personal sanitario quienes se atrevieran a tan deshonesta conducta. Y peor aún, se pudo evidenciar que sí existen los medios para brindar el carnet a las personas que en verdad lo necesitan, pero que a la burocracia simplemente no le importa ¡no le da la gana!
Nos preguntamos ¿qué está mal? ¿quién es el responsable? Pero no nos detenemos a pensar que todos somos responsables de esta sociedad corrupta, o de qué otra forma se explican actitudes como la de no usar mascarilla o tapabocas, no respetar las filas, no respetar a los vecinos, creernos superiores a quienes nos brindan un servicio, no cumplir con el trabajo y buscar excusas, copiar en exámenes, abusar del poder y poner en riesgo la salud de otros. Y podríamos continuar con un sinfín de conductas de “viveza criolla”, porque eso de cumplir el deber y la ley es para tontos.
La corrupción de los carnets solo corrobora, de nuevo, que algo está muy mal con las bases de la sociedad y con nuestro comportamiento. Aunque encarceláramos a todos los grandes corruptos la cosa no mejoraría, ya que la corrupción funciona en cadena, desde el eslabón más pequeño, el que se hace de la vista gorda, no cumple con su trabajo o encubre la ineficiencia; hasta el más grande, el que importa autos lujosos, paga menos impuestos, tiene injustos beneficios penitenciarios y así se roba parte del erario público con una patente de corso, pagada por el propio Estado.
Debemos de cambiar, ser mejores y eso comienza por nosotros mismos, en nuestras familias y trabajos, pensando en el bien común por encima de nuestro beneficio, más aún en los tiempos que vivimos.