La amenaza silenciosa de la contaminación acústica en Ecuador

Explica el médico ecuatoriano Jaime Breihl, que la vida debe sustentarse en 4 pilares a los que denomina las 4 “S”: sustentable, soberana, solidaria, así como saludable y biosegura. Y que, a la vez, estos pilares son especialmente importantes en los 5 espacios fundamentales de la vida en los que se construye la salud: el trabajo, el hogar (que incluye el consumo y la movilidad), la comunidad, la subjetividad (o esfera interna de crecimiento personal) y, por último, la relación con la naturaleza y los ecosistemas.

Esto implica, en términos más sencillos, que la salud es algo que se construye de forma colectiva, en consecuencia, la salud y la enfermedad no dependen exclusivamente de actos individuales, como algunos nos han querido hacer creer.

Hoy más que nunca tenemos evidencia sólida de ello en la pandemia mundial de la Covid-19, pero el editorial de esta semana se dirige a una amenaza colectiva que el Ecuador no ha querido enfrentar con seriedad y contundencia: la contaminación acústica .¿Pero por qué decimos que el ruido es una amenaza silenciosa para la salud?
Porque en el país se ha normalizado el exceso de ruido, no existe conciencia de parte de la ciudadanía al respecto, y menos de las empresas y negocios, encabezadas por las de alarmas y seguridad. Pero peor aún, las autoridades públicas han sido y siguen siendo terriblemente permisivas con los infractores.

Según la Organización Mundial de la Salud, esta ocupa el segundo lugar de contaminación a nivel global. Esta entidad ha dicho también que el límite tolerable de ruido está en los 65 decibeles durante el día y 55 en la noche, pero en Ecuador estudios desde 2015 señalan que por ejemplo, en ciudades como Quito y Guayaquil, hay sectores en que el ruido alcanza los 80 decibeles en el día.

Está comprobado que la contaminación acústica genera pérdida irreversible de la audición, pero también que contribuye a empeorar enfermedades como la hipertensión, los problemas cardiacos y circulatorios, alteración de la frecuencia respiratoria, aumento de estrés, depresión, ansiedad, enfermedades digestivas, impotencia sexual entre muchas otras. Pero la más inmediata es el deterioro del descanso y el sueño, que a su vez generan pérdida de concentración, baja de rendimiento, aumento de la irritabilidad y agresividad, todo esto sin olvidar que el exceso de ruido afecta más a quienes conviven con Trastorno del Espectro Autista, una minoría de casi 140000 personas, ignorada en el país.

Vale la pena recordar lo dicho por la Sociedad Española de Acústica: “la lucha contra el ruido debe ser una acción individual y colectiva, porque el ruido no lo hacen sólo los demás, sino que lo hacemos todos”. Actuemos ya, pues de lo contrario este tipo de contaminación seguirá alterando “silenciosa” y negativamente nuestros espacios fundamentales de la vida.