Ileana Soto Andrade
Artículo publicado en Contrato Social por la Educación
La #educación intercultural bilingüe (EIB) ha asumido en todo el país el desafío de enfrentar las condiciones de #pobreza, desigualdad y discriminación en contra de la población indígena. Estas condiciones se han agravado en tiempos de #pandemia, tiempo en que el #desempleo, la desarticulación social y la insalubridad han impactado en las familias, y por consiguiente en niños y niñas.
En sí misma, la existencia de la EIB en la ciudad constituye un reto, porque no se trata de la atención que el Ministerio debe a un sector cualquiera de la población, sino que es la demanda del derecho de poblaciones originarias, otrora campesinas, a una educación culturalmente pertinente. Es la posibilidad de que los conocimientos, prácticas, celebraciones y lenguas heredadas de generaciones anteriores no se pierdan, e incluso puedan revitalizarse, en el contexto urbano. Constituye un reto porque es un enfrentamiento con el poder, en este caso representado por la institucionalidad educativa de la cultura hegemónica blanco-mestiza. Al mismo tiempo, la EIB urbana es una oportunidad para que el sector indígena cuestione la organización curricular, los contenidos y tratamiento metodológico propuestos por el sistema educativo nacional y para que la sociedad entera vaya conformando su identidad colectiva con ingredientes de diverso origen.
La modalidad de EIB urbana ya tiene mucho tiempo en el Ecuador y, particularmente en Quito, se acerca a los veinte años. En esta segunda década de los años 2000 son 14 las
instituciones educativas, 10 de ellas alcanzan el #bachillerato y otras 4 llegan a cubrir la #EducaciónGeneralBásica. Una población de 5720 estudiantes es atendida por 267 docentes, según documentos de la Zona 9 del Ministerio de Educación, en un corte al 19 de
junio de 2020.
Un porcentaje más bien pequeño de la población indígena que estaba radicada en las ciudades ha decidido volver a sus comunidades a abrazar a la Madre Tierra, que no les dejará morir de hambre. Allá, lejos del #internet, de la alimentación chatarra, de la contaminación ambiental, de los atractivos de la vida moderna, niños y niñas intentan volver a escribir en sus cuadernos los últimos ejercicios que hicieron en las aulas de la ciudad. Otros, inspirados por el olor de la tierra, simplemente reaprenden las costumbres de sus padres, madres o abuelos y reaniman el cariño a los animales, el cuidado del agua, la vigilancia de las plantas sembradas. Mientras tanto, las familias de las escuelas interculturales bilingües de la ciudad, que se quedaron en Quito durante la pandemia, sufren el embate inmisericorde de la pobreza y el conflicto social.
Como en todo el país, las escuelas de EIB de Quito han tenido que enfrentar un sistema educativo a distancia totalmente improvisado. Docentes y directivos han trabajado el doble de tiempo tratando de entender un nuevo rol en el trajín educativo, ya que el conocido espacio de ejercicio docente está lejano. En el fondo, la pandemia ha traído rupturas y entre ellas está la que cortó el recorrido de fortalecimiento de la cultura andina en los hogares urbanos. Esta ruptura, de enormes proporciones, no permitió la construcción de un programa emergente. Ahora, después de varios meses se está armando una propuesta curricular de EIB urbana y a distancia, donde otros contenidos y metodología dan forma a las experiencias educativas -pedagógicas o no- que han tenido niños y niñas en sus familias.
En el fondo, la gran ruptura es también una oportunidad para cuestionar en qué consiste realmente la educación, a trabajar con lo que se tiene en casa, a plantear objetivos distintos a los que teníamos antes, a aprender a ser flexibles y críticos, a trabajar en el desarrollo de
valores y no de contenidos desconectados de la realidad.
La pandemia ha develado el rostro de un sistema educativo decadente. Habrá que pensar en distintos caminos de la formación y preparación de los y las docentes, las familias, los directivos; asumir verdaderamente la inclusión, así como la diversidad; aprovechar el valor simbólico de la escuela y la potencia de la institucionalidad.
Tiempo de retos y expectativas, sacudón que no dejará igual a nadie ni a nada. La EIB urbana está reencontrando un camino trazado con dificultades.