Durante los cuatro años que ha gobernado a la mayor potencia del planeta, Donald Trump ha demostrado hasta la saciedad ser un detestable supremacista blanco, racista y xenófobo, además un mentiroso contumaz y un tipo de lo más desagradable, prepotente y narcisista.
En estos años, en su gobierno de corte populista se ha pasado por el forro varias leyes y normas constitucionales y las violaciones de los derechos humanos de grupos como los afroamericanos y los migrantes han sido pan de cada día, incluyendo la construcción del muro en la frontera con México.
Además, trató de destruir o al menos de reducir a su mínima expresión ciertos logros del gobierno de su antecesor como el denominado Obamacare, una especiede seguro de salud básico para 20 millones de personas, el programa DACA de protección a jóvenes con situación migratoria irregualar o dreamers y el deshielo de las relaciones con Cuba.
También le ha echado la culpa de los problemas económicos de la nación, tales como la pérdida de competitividad de los Estados Unidos y la fuga de industrias norteamericanas al extranjero, a otros países principalmente a China, pero también a Europa, México o Canadá.
Con la pérdida de Trump se habla del retorno a la nueva normalidad y al civismo en el discurso público, así como de sanar la polarización que afecta al país. Todo ello es positivo, pero se debería partir por aceptar que los Estados Unidos se quebraron y fragmentaron antes de la llegada de Trump y que así mismo, su salida no asegura de ninguna manera que se resuelvan sus problemas sistémicos.
El haber tenido un presidente afroamericano no resolvió las grandes desigualdades económicas entre blancos y afroamericanos. Es más, durante el gobierno de Obama la brecha aumentó significativamente. Al igual que en gobiernos anteriores ya sean republicanos o demócratas. En los últimos 40 años está desigualdad se incrementó debido a la globalización, a los cambios tecnológicos y el debilitamiento de los sindicatos. Las diferencias de poder y de oportunidades se remontan a los orígenes de la nación norteamericana, cuando la esclavitud estaba en vigencia y se prolongan en una larga historia de segregación y discriminación que llega hasta nuestros días.
Los latinos, que superan numéricamente a los afroamericanos, también están muy lejos de los estándares económicos de los blancos y actualmente es el grupo más afectado por la pandemia del Covid-19, con el doble de probabilidad de morir que los blancos y la tasa de desempleo más alta del país.
El capitalismo norteamericano sigue y seguirá reproduciendo estas diferencias, está en su esencia y es parte del sistema vigente con Trump o sin él.