El mundo les da la espalda

Son impactantes las imágenes recientes de civiles afganos huyendo de las zonas ocupadas por los talibanes o refugiados en la capital, de helicópteros despegando de la embajada de los EEUU en Kabul y de la aglomeración de gente desesperada intentando salir del país.

Los talibanes son una facción islamista extrema que se hizo con el poder en 1996, y permaneció hasta el 2001. Su gobierno fue un horror para los afganos. Impusieron con inusitado rigor la sharia, un código islámico fundamentalista y medieval por el cual quedaron reducidos al extremo los derechos de las mujeres, de los niños y también de muchos hombres.

Los talibanes negaron el derecho a la educación de las mujeres a partir de los 10 años, a la salud, a trabajar, a usar ropas de colores vivos, a practicar deportes, a realizar negocios, a asistir a espectáculos, a conversar con hombres que no fueran sus tutores y a salir al balcón de sus casas. Fueron obligadas a llevar la burka que cubre de la cabeza a los pies, se les prohibió salir de sus casas sin un tutor masculino. En caso de adulterio, se les impuso la pena de muerte por lapidación.

En 2001, ocurren los atentados de las Torres Gemelas y del Pentágono, en EEUU. Su autor intelectual, Osama Bin Laden, jefe del grupo extremista Al Qaeda y sus tropas habían encontrado refugio en el Afganistán de los talibanes. El presidente Bush hijo, decide perseguir a estos terroristas, y tropas norteamericanas y de la OTAN invaden Afganistán y deponen a los talibanes del poder. En 20 años de ocupación militar de EEUU y la OTAN, se restablecen las elecciones en Afganistán. La situación de las mujeres en Afganistán cambia ostensiblemente. Ya podían caminar libremente por las calles sin tutores. Las mujeres asisten en buen número a escuelas, colegios y universidades. Pueden trabajar y emprender. Ya no son obligadas a usar la burka. La participación política se manifiesta en un significativo número de mujeres parlamentarias, ministras, embajadoras, funcionarias de alto nivel.

Pero todos estos años los talibanes estuvieron replegados y no pudieron ser derrotados, ni por las tropas de ocupación ni por el ejército afgano, financiado, armado y entrenado por EEUU, tres veces más numeroso. Al contrario, se van recomponiendo a lo largo y ancho del país. En 2018, los talibanes llegan a un acuerdo que comprometía a las fuerzas de EEUU y la OTAN a retirarse de Afganistán y a los talibanes a no atacar a estas fuerzas. Sin embargo, siguieron combatiendo y atacando a la población civil. Con el retiro de los ejércitos de los países occidentales, rápidamente los talibanes toman el control de varias ciudades, el presidente de Afganistán huye del país y el 15 de agosto, los talibanes toman el control de la capital Kabul y del palacio presidencial.

Lo que ocurre en las zonas bajo control talibán es alarmante. En la ciudad de Herat, los talibanes prohibieron a las estudiantes que asistan a clases y a las empleadas a sus trabajos. Una activista de derechos humanos asegura que los talibanes consideran a las mujeres como botín de guerra y en estas zonas han forzado a mujeres solteras y viudas de entre 12 y 45 años a “casarse” con sus combatientes. Están obligándolas nuevamente al uso del burka e imponiendo su ley de humillaciones públicas, castigos y prisión. Están buscando casa por casa a las activistas de derechos de la mujer. Existe el temor real de que los talibanes pongan fin a los derechos y libertades que gozaban las mujeres desde 2001. Mientras tanto, afganas y afganos sienten que el mundo les ha dado la espalda. Y tienen razón, los días pasan y las cosas solo empeoran.