Érase una vez una boda

En un país muy bonito, hace pocos días se realizó una boda. Se casaron el hijo del vicepresidente, un alto ejecutivo de una red social, y, nada más ni nada menos, que una modelo de Victoria’s
Secret. El escenario de tan magno evento fue la iglesia de San Francisco, en el centro histórico de Quito.

Para la organización de la boda contrataron a una “planificadora de bodas”. Las demandas de la planificadora, no se sabe hasta donde por propia iniciativa y hasta donde por pedido expreso de los novios, o incluso del vicepresidente, generaron polémica; aunque el padre del novio no tardó en sacar el cuerpo del asunto, diciendo que no estaba de acuerdo con esos requerimientos.

La carta de la planificadora, dirigida al responsable de la seguridad del Distrito Metropolitano de Quito, más parece una exigencia que una solicitud. La carta, incluye la limpieza integral de la plaza, por estar sucia con basura y heces de palomas; la instalación de una valla de seguridad alrededor de la plaza, porque la novia ha invitado a personalidades famosas y debe garantizarse su seguridad en el desplazamiento del hotel a la iglesia, es decir, menos de 30 metros. Incluye además el cierre temporal de las calles circundantes de 2 a 5 de la tarde el día de la boda; refuerzo de las seguridades con una cuadrilla de la policía metropolitana; seguridad de viernes a sábado para cuidar el decorado; vallado del patio para garantizar la integridad de los arreglos florales y, lo más polémico y repudiable, retirar a indigentes, mendigos y vendedores ambulantes de pórticos y sitios aledaños “para que mis novios y mis invitados puedan tener lindas fotos en exteriores”. Todo eso, ya que afirma la carta, que se trataba de un evento mediático y de interés internacional, con una lista de invitados VIP, jamás vista en el país.

Queda evidenciada la muestra clara de aporofobia, u odio a los pobres, que contrasta con el servilismo hacia los novios e invitados, gente rica y famosa, quienes no pueden soportar a los mendigos ni la suciedad cerca de ellos, porque atentan contra el “glamour” de tan magno evento. Si bien, en un comunicado de la Secretaría General de Comunicación de la Presidencia, se rechazan las peticiones de la planificadora, indicando que son inaceptables y que de haber alguna irregularidad las autoridades actuarían con contundencia, en la práctica sí se cumplieron algunas de sus demandas.

La planificadora y el gobierno dijeron que no hubo gastos de fondos públicos, y que el 100% de los mismos fueron asumidos por los novios. Sin embargo, los gastos de la limpieza excepcional de la plaza por parte de la empresa municipal de aseo y un operativo con un buen número de policías resguardando a los 300 VIPs presentes, sí tienen costo para los fondos de la ciudad y del país.
Como alguien opinó, Quito no es el local de recepciones, ni la hacienda de los novios, ni tienen derecho alguno de escoger qué gente puede circular o no por las calles aledañas.
Y, por cierto, no puede pasar por alto que el médico vicepresidente, quien ha estado al frente de la campaña de vacunación, olvidó por completo las restricciones de seguridad por la pandemia ¡Y que viva la fiesta, sin mascarillas ni distanciamiento! ¿Qué tendrá que decir el COE? ¿No es esto un contrasentido, cuando viven recordándonos que la pandemia no ha concluido y que no bajemos
la guardia? ¿De qué credibilidad hablamos?
Pero bueno, al final, la boda fue un éxito. Los invitados lucieron sus mejores galas, el velo y el vestido de la novia, así como las modelos, hicieron bramar a las redes sociales. Los novios, a través de la organizadora, dieron dinero a los mendigos e indigentes para que estuvieran lejos de la plaza por algunas horas, y se la vio super limpia para la ocasión. ¡Así que estuviera todos los días!

¿Hasta cuándo tener dinero y fama da a ciertas personas muchos más derechos que a otras? ¿De qué encuentro podemos hablar, si en lugar de eliminar las causas de la miseria, lo que primero se nos ocurre es esconder a los empobrecidos? De glamur no come el pueblo señores, con trabajo y trato digno no tendrían de qué avergonzarse. Su opulencia es un insulto para la gran mayoría de
habitantes de este bello y empobrecido país.