Ecuador ha tenido los mejores juegos olímpicos de su historia, tres medallas fueron conseguidas en los últimos juegos en Tokio. Neisi Dajomes de Pastaza consiguió una de oro, Tamara Salazar del Carchi consiguió una de plata y Richard Carapaz, también del Carchi, consiguió otro oro. Estas medallas se unen a la medalla de oro y la medalla de plata conseguidas por el azuayo Jefferson Pérez hace ya varios años. También en los juegos paralímpicos de este año el Ecuador tuvo su mejor participación, la delegación consiguió varias preseas, Poleth Méndes ganó una medalla de oro, Anaís Méndez una de bronce y Kiara Rodríguez alcanzó otra de bronce.
Nuestros medallistas fueron recibidos con honores, e incluso fueron invitados por el Presidente de la República; la empresa privada también se hizo presente con algunos regalos para los ganadores y ganadoras. A todo el mundo nos gusta que el nombre del Ecuador quede bien en alto, sin embargo, una opinión generalizada entre todos nuestros medallistas fue que sus grandes logros los obtuvieron en ausencia del Estado y del Comité Olímpico Ecuatoriano, y no con su respaldo, como se intentaba hacerlo parecer. Como dice un refrán popular, a todo el mundo le gusta subirse al carruaje ganador.
Las historias que contaban los deportistas de élite se repetían, falta de financiamiento y apoyo. Por ejemplo, que no contaban con el equipamiento necesario y lugares para entrenar, que su entrenador no fue llevado al evento, que su fisioterapeuta estaba impago desde hace varios meses, que les compraron pasajes al evento sí, pero que les tocaba llegar con el tiempo justo, mal dormidos y mal alimentados; que algunos de sus compañeros no pudieron asistir y ser parte de las delegaciones, simplemente por no tener respaldo pese a tener sobra de capacidades. Básicamente nuestros deportistas señalaron que, para llegar a donde llegaron, lo hicieron con el apoyo personal, de familiares, amigos o de otras instituciones y empresas ajenas al Estado. Las quejas también coincidían, dirigentes que no los entendían y que no trabajaban por su bienestar, dirigentes llenos de lujos en cada cita deportiva, una especie de burocracia dorada.
Ante los reclamos de los deportistas y el respaldo popular, algunos dirigentes, con enorme descaro, señalaron que si fueran tan malos dirigentes los deportistas no hubiesen conseguido las medallas. O afirmaban, con gran desfachatez, que ellos lo hicieron todo bien y que los deportistas eran unos quejosos, que exageraban o que incluso mentían.
A todos nos gustan las medallas y los reconocimientos, pero cada uno de estos logros encierra una historia de sacrificio, desigualdad e injusticia. En nuestro país el ser el o la mejor del mundo, es una verdadera hazaña. Usualmente el deporte, la cultura y el arte son los primeros rubros en ser recortados de los presupuestos estatales, pese a que de por sí, ya cuentan con un financiamiento exiguo. Se sabe bien que los dirigentes, antes que representantes del deporte, son en la gran mayoría de los casos, sanguijuelas que merman los ya reducidos recursos o son una traba burocrática para los propios deportistas.
Todo esto tiene que cambiar, imaginemos de lo que seríamos capaces en el deporte con un Estado y Comité Olímpico a la altura de nuestros deportistas, con nuestros deportistas como prioridad, con una dirigencia que trabajase con el mismo ahínco que el de Neisi, Richard, Tamara, Jefferson, Anaís, Poleth o Kiara, sin duda seríamos una potencia mundial.