A muchos de nosotros nos enseñaron en la escuela que Cristóbal Colón descubrió América, nos contaban una historia idílica en la cual valientes aventureros españoles cruzaron el océano con la firme consigna de descubrir nuevos territorios y lo lograron.
La enseñanza de lo ocurrido durante el proceso de conquista luego era relatada de una forma extraña, como si lo ocurrido no nos hubiese ocurrido a nosotros, a nuestros ancestros y familiares, nos relataban que en las altas discusiones españolas se discutía sí teníamos alma, y generosamente llegaban a la conclusión que era probable.
También los intelectuales españoles de la época discutían si el nuevo continente tenía o no tenía dueños y afirmaban que no, que no éramos personas, en sentido estricto éramos “buenos salvajes”, y que por tanto, España podía hacerse cargo de las nuevas tierras e incluso de nosotros, a quienes debían enseñarnos humanitariamente buenas costumbres y adoctrinarnos en la religión católica. Luego se hablaba de las mitas y las encomiendas, nos contaban que esas actividades sacrificadas sirvieron para hacer grande al imperio español a la “madre patria”.
Finalmente, el relato se acaba contándonos que gracias a España nosotros teníamos verdadera cultura, religión, arte, ciencia e idioma y que finalmente, ahora habíamos entrado en la historia universal y la civilización moderna.
Muchos nos hemos dado cuenta que esa historia era una cruel fábula llena de mentiras. Nos dimos cuenta que Colón no descubrió América, pues solo se descubre a las cosas y no a las personas; que quienes llegaron desde España eran presidiarios y gente forzada a venir por deudas, no aventureros valientes con buenas intenciones. Estamos claros que nosotros -éramos y somos- personas en toda regla, con alma claro está. Que en nuestros territorios habitaban múltiples civilizaciones, culturas, con idiomas, religiones, artes y ciencias únicas, con una historia propia que luego de un cruento genocidio que duro varios siglos fue anulada, borrada y denostada a punta de pólvora y fusil. Que nuestras riquezas fueron saqueadas y cruzaron el océano, que nuestros ancestros perdieron sus tierras y que fuimos esclavizados, que las mujeres fueron violadas y nosotros y nosotras somos fruto de ese mestizaje.
Cuando Guillermo Lasso, presidente del Ecuador, señala en una entrevista que España no tiene que pedir perdón a América por lo ocurrido, y para colmo, señala que eso sería como “ir donde tu mamá y decirle oye mami vas a tener que pedirme perdón porque me diste algunos cocachos», demuestra una suprema ignorancia, una grosera indolencia y también hace gala de un inmenso racismo y clasismo. Y lo que es más preocupante, no hace ningún esfuerzo como persona y primer mandatario para entender y empatizar con quienes conformamos el país que él pretende gobernar.
Triste, muy triste, que lo del “gobierno del encuentro” se quede en un mero eslogan pegajoso y frase de marketing. Triste, muy triste, la ignorancia, falta de memoria y conciencia histórica de nuestro primer mandatario. Triste, muy triste también, es que lo que expresó Guillermo Lasso también lo piensen otros ecuatorianos y ecuatorianas.