Algunas reflexiones sobre la naturalización de la violencia

Al dar un rápido vistazo a las noticias se encuentra que existen diversos problemas que agobian al Ecuador y a los países vecinos, tales como el aumento de personas que emigran de forma irregular y sufren violaciones de derechos; racismo y xenofobia en la atención de servicios a los ciudadanos; enfrentamientos constantes entre vendedores informales y las autoridades de control; aumento de casos de violencia contra la mujer; sectores de varias ciudades, principalmente Guayaquil, en los que reina la violencia e inseguridad; aumento indiscriminado de la industria extractiva, legal e ilegal; ingobernabilidad de la crisis carcelaria; y la lista puede continuar.

¿Tendrán algo en común situaciones tan diferentes? La respuesta es sí. Todas tienen a la violencia como idea o sustento del relacionamiento. Violencia institucional, violencia contra las otras personas, violencia incluso contra la naturaleza y otros seres vivos. Pero, además, no somos conscientes de ello y, de hecho, la reproducimos en nuestra vida diaria.

¿Y por qué ocurre esto? Para intentar alcanzar una explicación se debe revisar antes la relación que aquella guarda con el fenómeno de la “naturalización”. La naturalización consiste en considerar que muchas acciones y creencias provienen de la naturaleza y por tal razón, son de orden biológico e inalterable. Nada más alejado de la realidad. El ser humano actúa en gran medida movido por la cultura en que creció y vive.

Entonces, la única conclusión posible para explicar por qué quizás vivimos situaciones en lo público y privado tan violentas, es que hemos naturalizado la violencia como mecanismo de relacionarnos y hasta la justificamos, incluso al punto de confundirla con cosas como la disciplina, la corrección, la autoridad, el deber, o peor aún, la excelencia.

Así, se hacen leyes violentas e inconsultas y callamos. Algunas autoridades públicas tratan con violencia y de forma racista o discriminatoria a las personas, pero nada pasa. La protesta social es callada con el uso de armas, pero se le dice restauración del orden. Compañeros de trabajo agreden y acosan a sus pares, y al investigar se dice que hay sobre reacción. Padres, madres y profesores tratan con excesiva severidad a niñas y niños y se lo permitimos bajo la excusa de la disciplina. Parejas agreden sin misericordia a quienes dicen “amar”, pero las víctimas son las culpables al denunciar. Empresarios explotan a la Tierra y a los animales sin ninguna consideración, pero lo llamamos crecimiento económico y le adornamos con eufemismos como “arte del toreo”, “emprendimiento”, “inversión extranjera”, “industria”, entre otros.

Tomar consciencia de cuán inmersos estamos en la violencia es el primer paso, cortar su círculo de reproducción debe ser sin duda el siguiente. Les invitamos a que este sea uno de sus propósitos de 2022, pues cada pequeña acción no violenta cuenta en la construcción de un mundo mejor.