¿Antivacunas o antiderechos?

Cuando comenzó la pandemia de la Covid-19 pedíamos a gritos alguna salida posible, encontrar una medicina o qué mejor, una vacuna. Pasamos momentos y seguimos pasando momentos llenos de tragedia, muerte y enfermedad; una crisis económica sin precedentes, despidos, precarización laboral; aislamientos, restricciones y prohibiciones que ponían en entredicho el funcionamiento de nuestras sociedades. Finalmente encontramos una vacuna.

Encontrarla requirió muchísima investigación y tiempo. Implicó que científicos pongan el 100% de sus esfuerzos en buscar una respuesta, significó una cuantiosa inversión privada y estatal. Las escasas vacunas fueron entregadas al inicio únicamente a los países más potentes económicamente e influyentes políticamente; luego, cuando las vacunas llegaron a nuestros países muchos nos indignamos de aquellos vacunados “VIP”, esas personas que haciendo uso de su influencia y poder se saltaron las reglas para ser vacunados primero. 

Ahora que Ecuador tiene disponibilidad de vacunas suficientes, que el Estado ha logrado implementar una metodología, infraestructura y recursos profesionales suficientes, han aparecido y tomado fuerzas movimientos y personas opuestas a la vacunación, quienes, sin ningún tipo de impedimento médico, deciden no vacunarse. Aquí le decimos las múltiples razones de por las que estas posiciones son consideradas como “antiderechos”. 

Los argumentos de las personas y movimientos antivacunas son variopintos. Desde teorías conspirativas, rumores descabellados, cuestionamientos a las industrias farmacéuticas y productoras de las vacunas, e inclusive motivos cuasi religiosos, hasta la defensa a ultranza de una alegada autonomía que no tiene límites. 

Se pueden agrupar en dos las críticas a las falacias antivacunas y antiderechos. Primero, su oposición no tiene un sustento científico serio, se basa en meras creencias, rumores, opiniones y desinformaciones, principalmente de la mano de las fake news. Todas estas carecen de sustento en estudios rigurosos, en comprobación y en general, no se sujetan al método científico. 

Segundo, su oposición pone a su yo individual por encima de todo el resto (mi creencia, mi cuerpo, mi pensar, mi forma de ser), con independencia de si aquello afecta al resto de manera comprobada. No les interesa que puedan ser agentes de contagio, que su negativa a la vacuna termine generando a la postre nuevas cepas, o que impidan llegar a la tan ansiada inmunidad de rebaño. Es una posición cómoda y nada solidaria que no toma en cuenta a las personas que han muerto, a las que han enfermado, lo cansado y afectado que se encuentra el personal médico, lo saturados que estén los sistemas de salud, los desastrosos efectos de la pandemia en lo familiar, social, económico, a más de otras afectaciones que venimos acarreando durante los dos años de pandemia. 

Es tan repudiable el inhumano negocio de las vacunas y de las patentes, como las posiciones “antiderechos”, pues no consideran que existan límites razonables ni al enriquecimiento a costa de la salud humana, ni a la libertad. Además, poner en riesgo la salud o vida de otros, no es ejercer un derecho propio sino pisotear el de los otros y otras. Como dice el viejo adagio “Mi derecho termina donde comienza el de los demás”.