Matar con la indiferencia

La que viene es una historia real, y lastimosamente, es la triste situación y difícil experiencia de muchos animales y mucho más en el marco de un desastre natural.

Un viernes, al regresar a casa luego de una semana de trabajo agotador, mi esposa y yo vimos a una perrita negra al borde de la Avenida Occidental, una de las vías más transitadas de Quito. Aunque nuestra reacción no fue inmediata, pues es una vía de alta velocidad y rescatar a un perrito callejero no es fácil, regresamos para buscarla y valorar su estado.

La perrita estaba acostada en la maleza de la vereda. Era evidente que estaba herida, agotada y asustada. Intentamos varias veces darle agua y comida, pero no las recibía, de hecho, pese a su estado se reincorporó y rengueando con mucho dolor intentó escapar. La noche y el aguacero se aproximaban, pero luego de varios intentos frustrados y mucha paciencia la logramos atrapar.

Cargada la llevamos hasta el auto y luego a una clínica de animales. Allí nos preguntaron si asumiríamos los gastos de la observación y las radiografías, dijimos que sí. La perrita entró a emergencias. Se la llevaron un largo rato, luego nos informaron que tenía una grave fractura de pelvis, que hace muy poco había dado a luz, que quizá sus perritos estaban esperándole por la zona en que la encontramos y que morirían si no se alimentaban pronto. Hablamos con unos amigos para que inspeccionen la zona, y como existe gente buena, fueron rápidamente al lugar, lamentablemente no los encontraron.

La perrita requería una costosa operación y hospitalización, con valores mucho más altos de lo que uno imaginaría, incluso a la par de una clínica para humanos. El personal veterinario nos presionaba constantemente respecto a sí asumiríamos los altos costos, parecía importar más el dinero que el bienestar de la perrita. Llenos de dudas sobre qué hacer consultamos con varias personas, quienes nos dijeron que era nuestro derecho buscar una segunda opinión y una opción más económica. A la final pagamos solo la consulta de urgencia y los medicamentos para el dolor de la perrita, nos la llevamos a casa y le arreglamos un lugar cálido para dormir. Para estos momentos ya era cerca de la una de la mañana.

Al día siguiente hablamos con especialistas, enviamos las radiografías, y luego de hablar con varias personas sensibles y profesionales se fijó fecha para su cirugía ¡y a un costo muchísimo menor! Mientras tanto la perrita siguió a nuestro cuidado. La arropamos, ya come, bebe agua y recibe sola su medicación. Es un animal muy noble.

En cuanto a la búsqueda de sus cachorros ya no tenía razón de ser, no por falta de sensibilidad, sino porque encontramos una publicación en una red social de un par de días atrás con foto de la perrita, en la que ya la reportaban herida y muy lejos de donde la encontramos. Si alguien hubiese actuado en ese momento la historia quizá hubiese sido diferente para ellos. Esperemos que alguien les haya rescatado a tiempo.

Sospechamos por todas las condiciones en que está la perrita, que pudo ser una de los muchos animales afectados por el aluvión de La Gasca. Quizá tuvo un hogar, o quizá es comunitaria y salió en busca de comida para sus cachorros, pero fue atropellada, y quien la embistió con su vehículo la dejó a su suerte.

Existen países sin animalitos callejeros, con políticas públicas que fomentan la esterilización, incentivan la adopción, desmotivan su venta y sancionan el abandono. En otras partes existen hospitales veterinarios públicos, o sin fines de lucro, a los que acudir en caso de emergencia y con personal que se activa ante atropellamientos o desastres, como el ocurrido en La Gasca. Lamentablemente, no es el caso de Ecuador. Experiencias tan duras nos obligan a cuestionar la incompetencia de las autoridades e instituciones públicas, la ineficacia de nuestras leyes, e incluso, nuestra propia indiferencia y la falta de empatía con otras especies.

¿Qué pasará con la perrita luego de la operación? Aún no se sabe, pero sin duda no la abandonaremos en la calle de nuevo. Eso es seguro.