Estado policial, criminal y femicida

Como lamentablemente nos suele suceder como sociedad, nos ha tocado abrir los ojos de una forma abrupta y brusca. Lo ocurrido a María Belén Bernal es una historia que ofende e indigna incluso a las y los más indiferentes. Una mujer desaparece, es asesinada por su esposo policía a vista y paciencia de otros policías y muy posiblemente con su complicidad, todo esto dentro de un recinto policial. Luego, pese a existir fundadas dudas sobre las versiones del principal sospechoso, este escapa con complicidad de la policía y ante la inoperancia de jueces y Fiscalía. Se dicta prisión preventiva únicamente a una cadete que supuestamente era pareja sentimental del oficial prófugo.

Por si lo ocurrido no fuera ya suficiente, el Ministro del Interior, Patricio Carrillo, se fue de vacaciones en medio de la búsqueda de María Belén Bernal y de la fuga del presunto asesino; luego realizó declaraciones tan desatinadas e insensibles como las siguientes: que si el guardia del recinto policial no dejaba pasar a María Belén quizá no pasaba nada; que no entiende cómo en su momento los policías no llamaron al 911; que no se puede desprestigiar a la institución policial por el actuar de su oficial; que se trató de un “crimen pasional”; que lo ocurrido es un acto irracional pero humano; y cerró sus declaraciones señalando que la policía es digna de felicitación y que cumplió su trabajo al encontrar el cuerpo de María Belén.

Como corolario, el secretario de la Presidencia, Diego Ordóñez, encargado de la seguridad pública y del Estado, tacha los justos reclamos de la madre, de las mujeres, de activistas, de movimientos feministas y de la opinión pública, como de “grupos violentos”, que buscan desestabilizar al gobierno y la desinstitucionalización de la Policía. En un mar de insensibilidad por parte del gobierno y ante sus omisiones y acciones dolosas, su madre Elizabeth Otavalo, señala que no le basta con la solidaridad del gobierno, sino que exige de ellos respuestas, responsabilidad y justicia.

En el mismo mes que la tragedia de María Belén sucede, a todas luces bajo responsabilidad policial, también ocurre que varios policías son capturados al formar parte de una banda que comete asaltos a mano armada; otros son sospechosos de entrar a la casa de un comerciante y asesinarlo para robar su dinero; otros en estado de ebriedad disparan sus armas, por no dejarles ingresar a una fiesta; otros son detenidos al intentar ingresar armas y municiones a una cárcel; y otro policía activo golpea repetidas veces a su esposa en la vía pública.

Pocas semanas antes la policía se quejaba de que la normativa actual no les dejaba combatir el crimen de forma efectiva, ni reprimir bien a las protestas y exhortaban a realizar reformas que les permitieran actuar con mayor libertad y ser más duros con la delincuencia.

En la mente y el sentir de la mayoría de ecuatorianos y ecuatorianas resuena que nos encontramos ante un ESTADO POLICIAL, CRIMINAL Y FEMICIDA dirigido por unos impresentables. Recordamos tristemente que nada ha cambiado desde la desaparición de los hermanos Restrepo, de otras desapariciones y ejecuciones extrajudiciales como en los casos de Consuelo Benavides y el de la farmacia Fybeca. La Policía quita el cuerpo, se victimiza y lapida mientras al mismo tiempo pide más armas para jugar al gatillo fácil, como en una película del oeste, sin consecuencia alguna. Mientras tanto, todos jodidos y sobre todo jodidas, en el gobierno del desencuentro y el garrote. Como ciudadanos exigimos cambios profundos e inmediatos.