Santiago Arguello Mejía
Regreso a República de El Salvador, no para elogiar la política del señor Bukele ni para
proponer imitarla. Lejos de eso me exijo una explicación que debería servirnos para
reflexionar sobre la respuesta de los gatilleros de la política y las secuelas que
arrastran. En la denominada “ofensiva final” que fue protagonizada por el FMLN en la
capital salvadoreña se dijo que habían intervenido 200.000 milicianos en armas y que
no se iban a dejar de contar en muchos años los “bolsones” de armas olvidados en el
pequeño espacio de ese magnífico país. Eso es estar armado hasta los dientes y actuar
con una fuerza que va mucho más allá de cualquier ejército.
Lo dicho sucedía después de 12 años de guerra interna y de que muchos jóvenes no
conocían otra forma de vida que el gatillo. No es algo que les causaba orgullo y a la
salida de la Misión de Paz de la ONU ya se veía configurar una situación de inseguridad
galopante que no había podido solucionar la mediación amistosa de los países que
intervinieron. Por un lado, el fantasma de las maras nacientes y su gran capacidad de
movilización y, por otro, una sociedad civil armada en condiciones de respuesta
violenta. Fueron insuficientes las propuestas de absorber las armas regadas en el país
y la respuesta violenta se había perennizado, con actitudes que aún venían de épocas
anteriores a la guerra.
Las maras se diversificaron y perpetuaron no solo en el Pulgarcito de América sino
también por fuera de sus fronteras. En el extremo, mi prima me cuenta que era tal la
situación de violencia en la propia capital que había barrios enteros tomados por las
maras, espacios en los que nadie podía entrar sin el acuerdo y supervisión de las
autoridades mareras. Por todo eso el tema es tan complejo y al salir de la misión
dejamos claramente especificado que se requería, más que nunca, planes de seguridad
ciudadana y permanencia del apoyo internacional para que los temas no se fueran de la
mano del Estado. Nada de eso debe haber ocurrido y las consecuencias están ahí, de cuerpo entero, lo que debería darnos a pensar si aquello que nos proponemos es llegar
en nuestros países a tal extremo.
Alguien dirá con razón que así mismo es.
La propuesta del señor Lasso, que al parecer no dispone de buenos asesores es la de
actuar para recibir el aplauso de la galería. El criminólogo Jorge Paladines, desde
Alemania, le responde en términos de absoluta claridad, disminuyendo la respuesta al
seguimonismo de políticas permisivas en USA, que han aportado tan malos resultados
ahí y en todas partes. Señala con razón que no conviene escondernos en la justificación
demagógica de la legítima defensa, entregando la seguridad a los ciudadanos,
extendiendo la tenencia y porte de armas en la ciudadanía para que ella se defienda,
incluyendo a la última fila de los guardias de seguridad (se dijo que 120.000) para que
las usen de manera más libre y siniestra. De acuerdo, son medidas “peligrosamente
irresponsables” y pueden derivar en respuestas paramilitares que no nos convienen
copiar de la experiencia luctuosa de nuestro vecino del norte.
Gatilleros a la orden del día, punición a tope, ineficacia y ausencia de política criminal
son el caldo de cultivo de esta hora, en que la mirada se distrae con un juicio político
amañado y de muy pocas luces.