Por: Juan Cuvi
Desde los grupos de interés económico, incluido el Gobierno nacional, se está posicionando un discurso tramposo a propósito de la consulta para dejar el petróleo bajo tierra en el Parque Nacional Yasuní. Los impedimentos serían, según estos voceros, la dificultad para retirar la infraestructura, el abandono de la zona en manos de las mafias madereras y mineras, o la renuncia a ingentes recursos fiscales. En ningún momento se plantean las afectaciones al entorno natural o a los pueblos en aislamiento voluntario.
Estos argumentos evaden el tema del balance, que también es importante en las políticas públicas. Es decir, la relación entre costos y beneficios de una decisión, por más tecnocrático que suene. Negarse de antemano a la posibilidad de suspender la explotación en el ITT es como negarse a terminar con una guerra porque el costo de retirar a las tropas es excesivo. ¿Qué vale más, la paz o el presupuesto del Estado?
En el caso del Yasuní la reflexión debe ser la misma. ¿Qué vale más, la biodiversidad y la vida de los pueblos no contactados o los ingresos del fisco? Ingresos que, por lo demás, siempre terminan en las manos –mejor dicho, en los bolsillos– menos convenientes.
Un debate responsable debería centrarse en el mundo que vamos a heredarles a las futuras generaciones, no solo en el Ecuador sino en todo el planeta. Pero esas cavilaciones están ausentes del imaginario de los empresarios, de las transnacionales petroleras y de Fernando Santos Alvite, ministro de Energía y Minas. En su inmediatismo, aquí y ahora significa asegurar una rentabilidad que servirá para todo, menos para mejorar las condiciones de vida de la gente, tal como lo pregonan.
Por eso mismo, el principal parteaguas del próximo proceso electoral será la postura de los candidatos respecto de la consulta popular. Algunos ya se han pronunciado abiertamente en contra. Otros, como el correísmo, tendrán que ensayar unas contorsiones extraordinarias para no entrar en contradicciones flagrantes y vergonzosas. Es decir, para no repetir una vez más la ecuación entre una imagen progresista y un discurso reaccionario. Otros intentarán salirse de la encrucijada a punta de ambigüedades.
Ventajosamente, la disyuntiva está planteada. Será la mejor opción para que los votantes –es decir, la sociedad ecuatoriana– logren salir de la inercia electoral a la que nos ha conducido la muerte cruzada.
La defensa del Yasuní puede marcar un punto de inflexión estructural imposible de soslayar o de revertir desde los poderes de turno. El viejo rentismo de las élites ecuatorianas y de las corporaciones transnacionales quedaría seriamente cuestionado si gana el SÍ en la consulta.