Cristian Roberto Borja Calahorrano
El artículo 4, del capítulo II, de la Convención Americana de Derechos Humanos (CADH), establece que toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente. De la misma forma, se encuentra consagrado en nuestra norma suprema, en el art. 66, el derecho a la inviolabilidad de la vida, y el derecho que tenemos todos a una vida digna.
El vil asesinato del candidato a la presidencia de la república, Fernando Villavicencio, este 9 de agosto; por razones oscuras, y, aún desconocidas, nos enfrenta a un panorama absolutamente desolador. Como seres humanos tenemos derechos mínimos que evidentemente el Estado no nos está garantizando. No importa si eres un alcalde, un candidato a la presidencia, un padre que transita acompañado por su pequeña hija, la violencia nos ronda, y se convierte en un milagro seguir con vida.
Entre el mes de enero y julio del presente año, se han registrado más de 4 mil muertes violentas, esta cifra solo desnuda la incompetencia de que como Estado enfrentamos la violencia. Esta tragedia que vivimos, coincide con el cumpleaños libertario de nuestra patria, que en la mañana del 10 de agosto de 1809; los patriotas sorprendieron a los comandantes españoles de la guarnición de Quito y sitiaron el Palacio Real, actual Palacio de Carondelet, con el fin de entregar al conde Ruiz de Castilla, quien era el presidente de la Real Audiencia, el oficio mediante el cual se le había cesado de sus funciones. Esta gesta heroica, puso a nuestra patria en la palestra de la intención de América de ser libre.
Es por esto que exigimos a las autoridades que nos devuelvan la paz, que nos garanticen la vida, que podamos recuperar la tranquilidad en nuestros hogares. De la misma forma exigimos al Estado que cumpla su deber de justicia y verdad frente a las vulneraciones de derechos humanos que se han producido en nuestro país. El primer paso es asumir la responsabilidad de todo lo que está sucediendo; ya que, si quienes tienen el poder de tomar acciones, no asumen su responsabilidad, la franja roja de la bandera tricolor seguirá incrementándose con más sangre derramada injustamente por inocentes.