Seguramente usted ha visto publicidad o escuchado comerciales que le ofrecen obtener un
título de pregrado o posgrado en tiempo récord. Con flexibilidad de horarios y obligaciones y
casi sin exigirle requisito alguno, ofrecen toda clase de facilidades para que usted pueda optar
por una primera o segunda carrera, así también por una especialización o maestría, siempre y
cuando pueda pagar la matrícula y colegiatura.
La educación universitaria en la actualidad se parece bastante a un restaurante de comida
rápida, los títulos universitarios –tal cual si se tratase de hamburguesas– se entregan rápido,
cada vez más rápido y más fácil. Atrás quedaron los tiempos en que obtener un título
profesional implicaba un reconocimiento que se obtenía luego de varios años, con mucho
esfuerzo y que era una verdadero habilitante al ejercicio de una profesión. Profesiones en las
que muchas veces se arriesga la vida, la salud, los bienes y hasta la libertad de otros.
Las instituciones de regulación y control de la educación se relajaron y se volvieron cada vez
más funcionales al mercado, optaron por desregularizar a las instituciones universitarias,
darles una enorme libertad para configurar sus carreras; también optaron por admitir las
rebajas en el número de años por carrera y brindar todo tipo de facilidades para que la gente
obtenga un título universitario.
Muchas universidades privadas están haciendo su agosto ante ese escenario, llenando sus
arcas de mucha plata. Ya ni siquiera se exige asistir a clases presencial o virtualmente. Basta
con pasar los exámenes. Sin importar siquiera si son evaluaciones exigentes o si se goza de las
seguridades necesarias para evitar trampas o plagios. Además, otorgan múltiples
oportunidades en caso de que al estudiante le vaya mal, los programas, las materias y las
evaluaciones pueden ser modificadas para complacerles, casi como si de clientes se tratara.
Las y los docentes cada vez más precarizados tienen que lidiar con cursos llenos de
estudiantes, 30, 40, 50, o más personas a quienes no pueden prestarles ningún tipo de atención
personalizada y mucho menos el tiempo y control debido. Si se trata de educación virtual el
tema es mucho peor. Las pantallas de clases están llenas de “cuadritos negros” que en ningún
momento interactúan con la o el docente. Bajo este régimen se puede “escuchar clases” y
lavar el auto, hacer el mercado, salir con los amigos, cenar con la familia o conducir un
vehículo. Pero si los estudiantes reprueban la materia, es culpa del o la docente y se deberán
buscar alternativas para satisfacer al cliente/estudiante.
También se han creado cursos intensivos y virtuales, donde todo está automatizado y todo es
aún más fácil para el cliente/estudiante. Incluso algunas universidades han encontrado la
posibilidad de utilizar inteligencias artificiales y casi prescindir o relegar a papeles secundarios a las y los profesores, todo en afán de disminuir los gastos y privilegiar la utilidad. Y ni hablar de las oportunidades para acortar aún más los años de la carrera a quienes dizque demuestran que han trabajado en un espacio o circulo profesional. Todo se vale al momento de vender.
Así que si usted se pregunta por qué el país está tan mal, por qué existe tanta corrupción y
tanta negligencia, por qué se han perdido los valores éticos, profesionales y actitudinales, sepa
usted que se debe a que la mano invisible del mercado está moviendo los hilos de la
educación universitaria. Y el Estado es su cómplice.