¿Qué tiene que ver la inteligencia emocional con los derechos humanos?

En este editorial nos gustaría reflexionar sobre la importancia de la inteligencia emocional en el manejo de la cosa pública y en la vida cotidiana. Al principio nos puede parecer un tema raro, pero resulta indispensable para aportar algunas soluciones a los problemas que se enfrentan en la actualidad en el país.

En la sociedad moderna la gestión emocional, o inteligencia emocional, ha adquirido un papel central en diversos ámbitos de la vida, desde el desarrollo personal hasta el ejercicio de la Administración pública. Este concepto, que involucra la capacidad de reconocer, entender y regular nuestras propias emociones, resulta vital no solo para el bienestar individual, sino también para el fortalecimiento de las instituciones democráticas y la promoción de los derechos humanos.

La Administración pública se enfrenta constantemente a desafíos que exigen un manejo efectivo de las emociones. Las y los servidores públicos, desde quienes atienden directamente a la ciudadanía, hasta los más altos cargos del gobierno, se exponen a situaciones de presión, conflicto y estrés. El adecuado manejo emocional en estos escenarios no solo garantiza una mejor toma de decisiones, sino que también asegura un trato respetuoso y digno a la ciudadanía. Esto porque un enfoque basado en la gestión emocional implica reconocer la dignidad intrínseca de todas las personas y los alcances de la propia responsabilidad. Las y los funcionarios no pueden permitirse actuar impulsivamente o desde un lugar de inestabilidad emocional. Su función exige un alto estándar de profesionalismo, de respeto de las normas y de los derechos de los demás. La función pública no puede moverse por revanchismos, ni por vendettas.

La empatía por tanto es una habilidad clave de la inteligencia emocional y es esencial para que quienes ocupan posiciones de poder comprendan las necesidades y preocupaciones de las y los ciudadanos. Esto cobra especial relevancia en contextos de crisis, donde la capacidad de las y los líderes para gestionar sus propias emociones y las de su equipo puede marcar la diferencia entre una respuesta efectiva o una que solo responda a agendas y fines personales, o inclusive actuaciones que tengan como consecuencia vulneraciones de derechos.

Ahora bien, en la vida diaria de las personas, actuar con inteligencia emocional es igualmente crucial para el ejercicio de derechos. Bien dice un antiguo adagio que “mis derechos llegan hasta donde empiezan los de las demás personas”. Y actuar de forma completamente individualista, egocéntrica, y solo pensando en el propio interés, incluso con nula autocrítica a los propios errores, solo refuerza muchos de los problemas sociales que enfrentamos. Esta falta de gestión emocional puede derivar en actitudes violentas, relaciones interpersonales disfuncionales o incluso en la incapacidad de resolver conflictos de manera pacífica, lo que termina afectando a la sociedad en su conjunto.

En suma, y aunque suene un poco extraño, la gestión emocional es un componente fundamental para consolidar sociedades que respetan y promueven la democracia, el Estado constitucional, y los derechos humanos. En lo gubernamental pues es prácticamente un deber de quienes ejercen el servicio público y lo lideran; y en nuestra vida cotidiana, por ser una herramienta para construir relaciones personales y laborales responsables, más maduras y pacíficas.