La designación de mujeres como vicepresidentas en Ecuador podría interpretarse como un avance hacia la igualdad de género. Sin embargo, un análisis crítico revela que esta práctica, en muchos casos, se ha convertido en un recurso simbólico para cumplir formalmente con las normas de cuotas y paridad de género, previo a un ejercicio electoral.
La paridad de género existe desde nuestra Constitución, así como en tratados internacionales ratificados por Ecuador. Esta exige que las mujeres tengan acceso a cargos públicos de elección popular y a espacios donde puedan ejercer influencia real en la toma de decisiones. Y en el caso de la Vicepresidencia, lejos de ser un espacio de poder autónomo, es notoria su subordinación histórica a la Presidencia. Es claro que debe existir alineación, pero las vicepresidentas suelen desempeñar roles secundarios, simbólicos o protocolarios.
Esta realidad evidencia una contradicción entre las normas de paridad y su implementación efectiva. En un país con brechas estructurales de género, relegar a las mujeres a puestos decorativos perpetúa las desigualdades en lugar de combatirlas. El problema radica en las restricciones del cargo en sí, pero también es indispensable revelar el trasfondo político que acompaña muchas designaciones: mujeres seleccionadas no necesariamente por sus méritos, sino por su capacidad de sumar votos, por suavizar conflictos políticos, o incluso por proyectar una imagen de compromiso con la igualdad de género.
Pero este fenómeno trasciende la Vicepresidencia. Los discursos y políticas públicas suelen estar cargados de retórica sobre empoderamiento femenino, mientras que en la práctica se perpetúan dinámicas que limitan la participación política de las mujeres. La instrumentalización de las figuras femeninas para fines políticos no solo desvirtúa el espíritu de las normas de paridad, sino que también refuerza la percepción errada de que los que saben gobernar son solo los hombres. Que las mujeres en cargos de poder son una excepción y no la regla.
Los avances en paridad deben ir más allá de las apariencias. La igualdad de género no puede limitarse a cumplir cuotas formales en una papeleta. Debe garantizarse que las mujeres ejerzan poder real en condiciones equitativas. Esto implica transformar las estructuras de poder para que sean inclusivas, representativas y capaces de fomentar una democracia paritaria.
Nos urge reflexionar de forma seria y colectiva sobre las políticas de género en Ecuador. La paridad debe ser un medio para garantizar la participación efectiva de las mujeres y no un fin en sí mismo. Tenemos el deber de exigir más que símbolos. Merecemos mujeres preparadas, que han estudiado y que pueden incidir en las decisiones que afectan al país. Es hora de que votemos por propuestas y tomar conciencia sobre la instrumentalización de las candidatas mujeres es un paso en la dirección correcta. Abandonar el machismo con que votamos será sin duda el siguiente.