Enfoque de derechos humanos
por: Santiago Argüello Mejía
La pregunta del millón es ahora y siempre ¿cómo nos organizamos? Es bueno organizarse, pero ¿para qué? La respuesta es insuficiente si aludimos tan solo a un enfoque de derecho del Estado moderno; la respuesta de hoy es un avance astronómico a la antigua concepción de derechos humanos, esa concepción que nos hacía cantar con tanta fe la “oda a la alegría”, que fue un discurso necesario para dar forma a la democracia liberal y poner en el centro al ser humano (no a la máquina o al capital). Voluntad digna de todo aplauso y que, justo es reconocerlo, nos hizo progresar en la buena dirección. Pero que aún conoce un nuevo anclaje en el enfoque de derechos humanos que es la matriz del Estado de derechos y de justicia que postula nuestra Constitución.
El cambio de paradigma tiene que ver con una formulación tan extrema como ésta: “el Estado existe para el cumplimiento de los derechos humanos” Ya no más un discurso tangencial que sustentaba la denuncia reincidente de los locos que asumían su defensa, sino un principio fundamental de la democracia, de la participación y de la existencia misma de una sociedad anclada a la justicia social y al respeto de la dignidad humana. Como sostiene categóricamente Jaime Breihl “no podemos concebir una sociedad de derechos humanos en donde haya inequidad”, valga decir, sin respeto a la dignidad esencial de todo ser humano.
Entonces se llena de sentido la declaración de que el más alto deber del Estado, el primero, consiste en respetar y hacer respetar los derechos (humanos) garantizados en la Constitución, al extremo de atar indisolublemente derechos a desarrollo: los planes, las políticas y los procesos están anclados a un sistema de derechos. E inclusive analizar las desigualdades y corregir las prácticas discriminatorias y el injusto reparto del poder que obstaculizan el desarrollo. A la salida de esta práctica de poner como telón de fondo los derechos humanos, de tanto relieve en la sociedad moderna y en el nuevo constitucionalismo, se imprime el mismo concepto para los parámetros o indicadores que miden el grado de desarrollo. Ya no habrá forma de suscribir el discurso de desarrollo, sin que se hubiere avanzado en acceso a la salud, se hubieran disminuido la mortalidad infantil y la desnutrición, o se conquistara una educación básica universal…
Y para orientarnos hacia nuestro sueño insistimos insidiosamente en la necesidad de fortalecimiento de los y las ciudadanas en su capacidad de sujetos, de titulares de derechos. En el centro la participación organizada de la población tanto en la formulación de políticas, como en el control por parte de la sociedad de sus mandatarios y en la exigencia de rendición de cuentas. Algunas perlas constitucionales deberían relevarnos de toda nueva explicación, después de todo este país ya cuenta con un nuevo poder: la función de transparencia y control social, regulada entre el 204 y 237 de la Constitución recientemente aprobada.
En la superación del nuevo paradigma está el ser humano como sujeto de derechos; los derechos humanos revestidos de exigibilidad y el compendio del derecho como herramienta para su cumplimiento. Planteamos un cambio de paradigma que supera el avance que ya se produjo con el discurso de desarrollo humano, tan caro al PNUD, en términos de que en aquel discurso al centro está el ser humano pero el marco de referencia es el de las necesidades insatisfechas. Tras este enfoque de derechos humanos cambia todo porque la producción, la productividad, la competencia se confrontan a un nuevo esquema, en que no son fines por ellos mismos “sino un medio para que el ser humano se realice” (Ramiro Ávila) Con lo que la acción del Estado, a través de la inversión social sirve al desarrollo de las potencialidades humanas y, finalmente, a la calidad de vida y a la solidaridad.
El gran Dirkensen cada vez que le preguntan ¿en qué invertimos? responde con vehemencia: inviertan en solidaridad…. esa solidaridad que como alguien dice es la ternura de los pueblos, esa solidaridad que es el origen del reconocimiento de los derechos humanos, cargados de amor a la humanidad y dignidad para todas y para todos, es la única inversión que las personas y los pueblos estamos llamados a hacer para fundar naciones vitales, con la mayor realización del ser humano que es labrar incansablemente su propia felicidad.