OPINIÓN

Notas al margen de la interculturalidad

Por: Santiago Argüello Mejía

Todavía citamos con entera facilidad el término INTERCULTURALIDAD. ¿Acaso entendemos con sinceridad de lo que se trata? ¿No seguimos odiando sin esfuerzo a quiénes no consideramos iguales a nosotros? Los afroecuatorianos han sido y son aún víctimas de un comportamiento tal que les debe costar considerarse parte de nuestro Ecuador, del país de todos y todas. ¿Recuerdan el documental “Tarjeta Roja” que nos hacía reflexionar sobre un buen jugador de fútbol afroecuatoriano? El film no debe haber servido para hablar solo de él, sino particularmente para hablar de lo discriminadores que podemos ser los y las ecuatorianas.
Cuando defino participación me gusta la simplicidad de traducir por “ser parte de algo” y para ser parte entiendo que hay un solo modo de reivindicación que es el hecho de que nuestra palabra vale algo en el gremio, la iglesia, la logia, el país de que somos parte. En estos días se han multiplicado los ejemplos de la torpeza. A fuerza de no ser en absoluto graciosos los comentarios racistas deben caer en la cuenta oprobiosa de nuestras taras sociales. Veo hasta con vergüenza que algunos de mis amigos y amigas se inscriben con facilidad en este juego perverso.

Interculturalidad, que es uno de los conceptos con que se define en el artículo 1 de la Constitución nuestro país significa, cópienlo para que lo reflexionen y se arrepientan: INTERACCIÓN HUMANA EN CONDICIONES DE EQUIDAD. Lo cierto y real es que somos un país pluriétnico y que la única forma de concebirnos como Estado unitario es reconocernos en la diferencia, respetarnos, interactuar, sentarnos a la misma mesa y a la misma altura. Ojalá no se me malinterprete y se diga que la filípica tiene fines politiqueros, de coyuntura. Muy por el contrario, aspiro a que el reconocimiento entre diferentes enriquezca aquello que llamamos con sorna cultura nacional.
Escribo estas líneas hoy inspirado en la experiencia de juntarme al pueblo afroecuatoriano, al que amo y respeto, cuya cultura he visto desplegar con simpatía a través de su música, durante toda la jornada de ayer en el Itchimbía. Ver al conjunto de música y danza OCHÚN o al grupo “Oro Negro”, o a las fabulosas “Tres Marías”, unas damas ya entradas en años que hacen un show sin libreto, sin ambages de escena, para compartirnos su música tradicional. De todo ello lo más significativo y elaborado sigue siendo Ochún, con sus años de trabajo, su experiencia rítmica y el aporte de ese gran músico que es Iván Acosta (saxofonista). Ochún está como para presentarse y convencer en cualquier punto del globo; el orgullo se me chorrea cada vez que me siento parte de ellos, amigo de su arte y solidario con su pueblo.
Este debería ser el tiempo de las reivindicaciones, más allá de los aberrantes discursos y del “seguimonismo” de quienes a falta de ideas no tienen más que ser cola de alguna cometa. Reconozcamos nuestros pecados capitales e iniciemos un nuevo camino de entendimiento, diálogo e interculturalidad. En ninguna parte puede ser mejor utilizado el término racista de denigrar al otro, que no significa otra cosa que ennegrecer. Para procesos como éste cuánta falta hace la cristiana “enmienda”.

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