La ley no escrita del sometimiento
Por: Santiago Argüello Mejía
Nos atañen. No quieren parecerse a nosotros. Hablan por su propia voz. No quieren ser tontas hacendosas ni princesitas de navidad. Son ellas, las que nos enseñan, nos moldean y nos re-crean en todos los sentidos de la vida.
Desde la obra de alfarería que logran cuando nos paren, hasta el día en que son nuestro paño de lágrimas en el primer día de escuela; cuando nos soplan en la oreja nuestras obligaciones de gente buena; cuando nos apapachan y nos reprenden; cuando nos muestran el camino y se convierten en la savia de nuestra existencia, en las dueñas de nuestro pase, nuestro impulso inicial y quienes nos visitan en las cárceles y nos quieren muy a pesar nuestro.
Y un día no se sabe por qué extraño vericueto nos erguimos como “machos castigadores” y exigimos de ellas una insípida obediencia, su tolerancia y el sometimiento caprichoso a la ley no escrita de nuestros deseos. Nos convertimos en “falócratas” y les empezamos a juzgar y a culpar de todos los males, a mirarlas como culpables, provocadoras, saltarinas. A exigirles que escondan su sexo mientras un séquito de insistentes acosadores, hambrientos y despreocupados, hacen méritos insidiosos en busca de destrabar sus balcones.
Entonces les exigimos lo que nosotros mismos no somos capaces de exigirnos: que difieran el encuentro con su sexualidad; que dejen crecer en sus vientres el producto de las violaciones; que críen a hijos no deseados de padres que se han esfumado; que sean objetos de intercambio, de comercio, que sean objetos en la educación sexual que prodiga graciosamente el Estado. Que se acojan finalmente a la regla del silencio y la tolerancia, mientras disfrutan de las delicias que el vil metal es capaz de comprar.
En esta torsión de identidad es a ellas a quienes negamos derechos, a quienes queremos someter a leyes no escritas y castigar. Es a ellas a quienes maltratamos y, en no pocas ocasiones, también lesionamos, cercenamos o asesinamos. Para luego llenarnos la boca con “enfoque de género”, con políticas públicas y derechos humanos, con equidad entre hombres y mujeres y leyes de cuotas, con derechos sexuales y derechos reproductivos, con un derecho penal que es supuestamente protector y asistiría oportunamente a las víctimas.
El tiempo ha llegado de un balance de la realidad. De nada ha servido el exhibir un porcentaje que sobrepasa el 65% de mujeres como víctimas de cualquier forma de violencia en el país. De nada ha valido el recorrido que hicimos por el país para establecer que los golpes, el irrespeto y muchas formas de violencia son el pan de cada día en todos los rincones de su geografía. Hay una deuda que sigue impaga, en que los Estados y los pueblos son responsables de cada herida, de cada femicidio, de cada muerte temprana de adolescentes embarazadas.