La Policía peor que nunca

La ciudadanía asiste absorta y aterrorizada a la enorme crisis de inseguridad que afecta
al país, el crimen organizado y la delincuencia común han alcanzado un protagonismo
nunca antes visto en el Ecuador. Los asesinatos se han disparado, así como el nivel de
ensañamiento, cuerpos decapitados o colgando de puentes. Respecto al año anterior, en
Guayaquil casi se han triplicado los asesinatos y en Esmeraldas se han multiplicado por
cinco. Además de los asesinatos por disputas de territorio en el control de narcotráfico,
también han sido asesinados jueces y fiscales, personas que no quisieron o no pudieron
pagar extorsiones y también ha habido víctimas colaterales, a menudo niños.

Ante esta realidad, la respuesta del Estado a través de sus fuerzas de seguridad, Policía y
Fuerzas Armadas, ha sido claramente insuficiente y se han visto desbordadas. El estado
de excepción declarado en Guayaquil por dos ocasiones no logró controlar ni disminuir
los asesinatos y otros crímenes realizados por las bandas delictivas. Las masacres
carcelarias acumulan en lo que va del gobierno de Lasso más de 400 muertos y las
fuerzas de seguridad solo han intervenido para contar los cadáveres luego de las
matanzas.

La población atemorizada, en varios sectores de las ciudades se refugia temprano en sus
hogares y cierra sus negocios antes de que llegue la noche. Incluso hay quienes ya no
mandan a sus hijos a la escuela porque las extorsiones no solo alcanzan a los dueños de
negocios, sino también a los padres de familia. El rol de la Policía, entidad llamada a
proteger a la ciudadanía es insuficiente, inoperante y ha sido claramente superada por el
crimen organizado y también por la delincuencia común. Además, dentro de la
institución campea la corrupción por las vinculaciones de varios de sus miembros con el
narcotráfico, los narcogenerales mencionados por el embajador de Estados Unidos.

También está el saqueo de 900 millones de dólares de la ISSPOL, que implica a altos
mandos, incluso excomandantes generales. Las investigaciones de estos casos son
insuficientes. El reciente asesinato de María Belén Bernal por parte de su marido,

teniente instructor dentro la mismísima Escuela Superior de Policía y la fuga de éste,
evidencian las corruptelas y el famoso “espíritu de cuerpo” que imperan en esta
institución. La Policía requiere urgentemente de una depuración profunda y una
reestructuración completa porque solo demuestra ser eficiente para reprimir
manifestantes indefensos, generalmente haciendo gala de brutalidad y saña y tabla rasa
del respeto a los derechos humanos.

Mientras tanto, el gobierno insiste en aumentar el número de efectivos de la Policía, a
30.000 hasta el 2025, como si esa fuera la solución al problema. Se trata de calidad y no
de cantidad. Mejorar la capacitación de los policías no solo en el manejo de armas sino
sobre todo como seres humanos, con una verdadera formación en valores. Seleccionar
personas que tengan vocación, ya que el 70% de los aspirantes no la tienen e ingresan a
la institución solamente por tener un empleo.

La Policía está peor que nunca y requiere cambios sustanciales para cumplir su rol de
protección de la ciudadanía.