Felicia tiene 38 años y tres hijas ahora. Ella fue una madre adolescente. Los padres de sus hijas son ausentes de diferentes formas, física, económica, emocionalmente. Trabaja limpiando casas de lunes a sábado, durante todo el día. No tiene seguridad social y hace unos meses tuvo un accidente, no tuvo más que pedir un préstamo a sus amigas para las radiografías y los medicamentos. Los momentos más duros son los inicios del año escolar porque los colegios exigen uniformes, útiles escolares, cuotas. En la pandemia dos de sus hijas estudiaron en un mismo teléfono, se turnaban para entrar a clases. A Felicia le gusta jugar fútbol pero la pandemia la alejó de las canchas y ahora solo espera el domingo para ordenar su casa y dormir un poco. Felicia terminó solo la mitad de la secundaria y vive en un barrio periférico de la ciudad de Quito.
Mercedes tiene un hijo y un esposo, trabaja como maestra a medio tiempo, su sueldo paga menos del medio tiempo pero el volumen de trabajo es como de un tiempo completo. A más de ese trabajo principal hace cuanto puede, vende cosas por internet, atiende el local de un familiar, a otro familiar le ayuda con llamadas telefónicas. Necesita juntar dinero cada mes porque hace años compró una casa con un préstamo hipotecario pero su pareja, a quien conoció después de la compra, no ha querido compartir la deuda del espacio común, así que es su entera responsabilidad. Cuida de su casa, de su hijo a quien le dedica todo el tiempo posible. Ha querido hacer una fiesta hace años, la pandemia fue la primera en impedirle y luego su salud porque últimamente ha tenido sucesivos malestares. Mercedes vive en una ciudad grande de Ecuador, tiene 40 años, tiene estudios superiores.
Los derechos humanos están en los cuerpos de las personas, en este caso de las mujeres y sus historias de vida y cotidianas. Estos dos ejemplos nos ilustran en cada línea al menos un derecho vulnerado, que impacta en lo concreto en varios aspectos de su existencia.
En Ecuador el acceso a la salud de las mujeres es todavía una tarea pendiente, no solo por la baja cobertura de la seguridad social en este segmento de la población sino porque los efectos de la pandemia golpearon especialmente a las mujeres, quienes tuvieron la responsabilidad del cuidado y el trabajo al mismo tiempo. Afectaciones físicas y mentales son constantes en muchas mujeres y sus atenciones son postergadas o tienen tratamientos incompletos. Una inadecuada remuneración ha hecho que el trabajo de las mujeres esté precarizado y que afecte al tiempo del que disponen. Ahora en cualquier estrato social realizan varios trabajos para diversificar los ingresos que se esfuman rápidamente para cubrir deudas y altos intereses.
Estas historias no cuentan violencias, pero si cuentan la realidad de miles de mujeres ecuatorianas.
Muchas mujeres están sosteniendo la reproducción de la vida a costo de la suya propia, de no contar con tiempo para el descanso, la recreación, la fiesta, el autocuidado, el bienestar. En estas historias la ausencia de los hombres es inmensa, pero no solo de aquellos que comparten la vida privada, sino de aquellos que tienen en sus manos la toma de decisiones, la creación de leyes, de políticas, aquellos que deciden sobre los presupuestos.
Hacer un trabajo de política pública enfocado en derechos humanos debería implicar conocer historias de mujeres en este país y ser consecuentes con que también las mujeres merecemos una vida digna.