El domingo 28 de julio se realizan las elecciones presidenciales en Venezuela, país
gobernado desde 2013 por Nicolás Maduro, quien buscar reelegirse una vez más.
A pocos días del evento electoral, un exaltado Maduro expresó que “depende de nuestra victoria en las elecciones si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida producto de los fascistas, debemos garantizar la más grande victoria electoral de Venezuela”. Esa amenaza parecería querer amedrentar a los votantes que apoyan al candidato opositor pero más bien indicaría que Maduro está muy preocupado, o desesperado, por perder las elecciones. Y es que las encuestas no gubernamentales le dan el triunfo al derechista Edmundo González, apoyado por la lideresa de la oposición Corina Machado, con un margen de 20 a 30% sobre el presidente. Sin embargo, el gobierno de Maduro, que prácticamente es una dictadura, ya ha recurrido al fraude en anteriores elecciones como las que realmente ganó Enrique Capriles en 2019. Y ¿por qué no hacerlo de nuevo?
En la práctica el gobierno de Maduro controla los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y desde luego, el Consejo Nacional Electoral. Y también, algo fundamental como son las Fuerzas Armadas Bolivarianas, alineadas y aliadas con el gobierno desde cuando Chávez estaba en el poder. ¿Por qué entonces reconocer una eventual derrota? ¿Qué cambió en Venezuela desde 2019 hasta acá?
La posibilidad del fraude no está descartada. Pero algunas cosas han cambiado en el país: La mayoría de la población está hastiada del gobierno de Maduro. Sus resultados económicos han sido catastróficos, expulsando a más de 7 millones de venezolanos fuera de su país, el mayor éxodo por motivos no bélicos en el mundo. Por varios años, la mayor hiperinflación del mundo logró pulverizar el poder adquisitivo de los ciudadanos. Aún hoy el salario mínimo equivale a 4 dólares y el 65% de los venezolanos gana menos de 100 dólares mensuales. Aunque ha habido una cierta recuperación económica por la apertura del gobierno hacia los empresarios y por una dolarización de facto de la economía. Incluyendo la devolución a sus antiguos dueñosde algunos negocios expropiados durante el gobierno de Chávez. Sin embargo, las clases media y alta han podido aprovechar esta coyuntura, no así los sectores populares que siguen sumidos en la pobreza y la miseria, sufriendo hambre, cortes de servicios básicos, incluyendo la gasolina, servicios de salud en condiciones catastróficas y una educación paupérrima.
Por otra parte, el gobierno ya no cuenta con el apoyo de varios gobiernos que fueron anteriormente sus aliados. El presidente brasileño Lula acaba de decir que “El que pierde las elecciones debe aceptar los resultados, así sea Maduro, debes aprender que si ganas te quedas y si pierdes te vas”. El presidente colombiano Petro, también ha tomado distancia de gobierno de Maduro. Rusia, otro aliado, ya no le puede apoyar como lo hizo anteriormente porque está enfrascado en su guerra con Ucrania. Y China, principal financista de Venezuela, a quien le debe más de 10 mil millones de dólares, prácticamente le ha cerrado el grifo por falta de pago. Un fraude significaría un agravamiento de las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos y serían más severas si Trump gana las elecciones.
Esta vez, parece que hay mucha gente decidida a tomarse las calles en Venezuela si se produce otro fraude, aún al precio del baño de sangre del que habla Maduro.